Él, ella, ellos, ellas: Ello (La Veranda de Rafa Rius).

Acuciados por problemas más urgentes, hace tiempo que no se habla mucho de las cuestiones de

género, asunto que solo salta a la actualidad de los medios cada vez que se incrementa el macabro y permanente goteo de

mujeres muertas por sus parejas.

Comenzaré con un

exabrupto: ¡Estoy hasta el culo de las cuestiones de “género”! Acto seguido, intentaré explicarme. Empezaremos por la

maldita palabra: ¿Quiénes y por qué mantienen ese absurdo empeño en utilizar una mala traducción del inglés “genre”, cuando

decenas de lingüistas -y “lingüistos”- están ahítos de explicar que en buen castellano, la palabra “género” sirve para

designar objetos : “Géneros de Punto” o “no me queda género en la tienda” o “la palabra casa es de género femenino”- y no

personas, que las personas, lo que tenemos es sexo? Femenino, masculino o aquel que cada cual escoja, pero sexo. Es de ver

cómo ciertas personas, conspicuas y denodadas luchadoras contra la consideración de la mujer como objeto, se obstinan en

designarla como tal.

A continuación, las personas políticas en el poder, siempre tan sensibles a lo que se cuece,

recogen la aberración léxica en la correspondiente ley –la Ley contra la Violencia de Género- y ya tenemos una vez más un

ejemplo de estupidez convertido en axioma incontestable: no hay nada que hacer, somos género.

Por otra parte, hay otro detalle en el lengueje escrito que pone de manifiesto la sumisión

generalizada a lo políticamente correcto, me refiero el tema del cuestionamiento del masculino como genérico y su

sustitución por o/a, @, +, x, y no sé cuantas aberraciones ortográficas más que imposibilitan la lecturx tranquil@ de

cualquier texto/a así aderezado/a. Si nos parece injusta y estamos hartas de la utilización del masculino, y dado que por

muchos equilibrios verbales que hagamos, habrá momentos en que será inevitable la utilización de una palabra genérica,

usemos a partir de ahora el femenino como genérico y dejemos de marear con el chocolate del loro.

Dejando a un lado los avatares del lenguaje, hay

otro aspecto de la cuestión particularmente enervante, sobre todo porque afecta a la vida cotidiana de miles de personas y

a su imposibilidad de vivirla con dignidad y en libertad. Me estoy refiriendo, como no, a la cuestión de la violencia. Esa

violencia que el poder se complace en llamar “de género” cuando en realidad es violencia “de poder”, y resulta igualmente

deleznable sea cual sea el sexo de quien la ejerza. Es triste y terriblemente obvio que, desde un punto de vista

cuantitativo, la cuestión no resiste la más mínima comparación y el número de hombres maltratadores y asesinos es

abrumadoramente superior al de mujeres en la misma situación, pero una vez establecida esta evidencia y puestos en la

necesidad de buscar posibles soluciones, habría que trascender este planteamiento que no explica la existencia, por muy

minoritaria que sea, de mujeres maltratadoras -de hombres, de niños, de otras mujeres- y de paso condena al conjunto de los

hombres al estado de sospechosos permanentes en cuanto potenciales maltratadores en razón de su sexo.

El asunto, visto así, desde el punto de vista de

“género”, resulta de un simplismo maniqueísta estremecedor, complace grandemente a las personas de ambos sexos interesadas

en mantener el actual statu quo, nos coloca en un cul de sac y nos aleja de cualquier posible salida digna a la

situación.

Probemos a cambiar de enfoque,

dejemos por un momento a un lado la cuestionable cuestión de la sociedad patriarcal (¿Acaso un matriarcado capitalista

resultaría más aceptable y menos violento?) e intentemos considerarlo desde una perspectiva más amplia. Los hombres que

oprimen y maltratan a las mujeres, no lo hacen tanto en función de su sexo como en función de su poder, y el cada vez menos

minoritario grupo de mujeres que entran en posesión de esos mecanismos de poder, también lo ejercen contra quien se ponga a

tiro, tenga el sexo que tenga. No estaríamos hablando de una lucha contra hombres o mujeres en tanto que tales -eso les

encanta a quienes se creen nuestros amos- sino contra la formalización de cualquier estructura impositiva de poder, contra

la violencia de la sumisión obligada y la violencia de la explotación, la ejerza quien la ejerza y se dirija contra quien

se dirija.

Como diría un militante queer,

dejémonos de géneros caducados y pasados de moda y comencemos a hablar de la posibilidad de construir una sociedad de

personas libres y autónomas, basada en el respeto a cualquier tipo de sexo, incluso al de los que se niegan a asumir uno de

forma permanente. Estamos en ello.

Rafa Rius