El amor en los tiempos de la cólera

La Veranda de Rafa Rius

Desde que el juez instructor, José Castro, imputó a la infanta Cristina por presuntos delitos de fraude fiscal y de blanqueo de capitales y la citó a declarar el próximo 8 de marzo, Jesús María Silva, uno de los letrados que trabajan en la defensa de la hija del rey, ha insistido en su inocencia y ha asegurado que la infantita, siempre ha actuado motivada por “su fe en el matrimonio y amor a su marido”.

En declaraciones a los periodistas, Silva ha sentenciado que la citada infanta está enamorada de su marido Iñaki Urdangarin, el autoproclamado duque empalmado, y eso lo explica todo: “Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y seguirá confiando contra viento y marea en esa persona”, ha agregado el letrado.

 

Es lo que tiene la corrupción generalizada que se ha enseñoreado de los más apartados rincones de nuestra amada España, cuando creías que ya lo habías visto y oído todo en lo tocante a desfachatez y cinismo a la hora de elaborar las excusas más peregrinas y los argumentos más cretinos, aparece el abogado Silva y logra sorprendernos con un ¡más difícil todavía!
Hasta ahora, todos los implicados -con algunos saltos de eje puntuales- se habían limitado a seguir el guión a la hora de autoexculparse. Sus argumentos eran más que previsibles, demostraban una nula imaginación y se repetían como el ajo. Pero, hete aquí que llega el letrado Silva y pone patas arriba el sistema de alegatos defensivos empleados hasta ahora, introduciendo elementos más propios de un culebrón televisivo que de un juicio por corrupción.

El amor, ¡Oh, el amor! He ahí la razón de la sinrazón que todo lo justifica. La citación del juez debería haber sido para el 14 de febrero, día de los enamorados, en lugar del 8 de marzo,día de la Mujer Trabajadora, fecha mucho más impropia, sobre todo en el caso de la citada infanta.
No es que Cristina fuera una mangui codiciosa y venal que aprovechaba su pertenencia a la realeza para esquilmar las arcas públicas con la connivencia y la colaboración entusiasta de los politiquillos de turno (Eran los Duques de Palma, ¿Usted se lo habría negado?)
No, por favor, ¡Válgame dios! Es mucho más romántico, se trata simplemente de que está enamorada. ¿Acaso Julieta le hubiera pedido explicaciones a Romeo en caso de que le hubiera dado algo a firmar? ¿Lo hubiera hecho Eloísa con Abelardo, Penélope con Ulises, Bonnie con Clide?

El amor, considerado en este caso como el estado de estupidez acrítica que crea un espacio propio totalmente desconectado de la realidad, todo lo explica.

O al menos eso cree el ingenuo Silva que puede hacernos creer. El intento es una desvergüenza pero al menos es original. ¿Cómo una enamorada se va a leer lo que su marido le presenta a la firma? ¡Qué falta de confianza demostraría!

El razonamiento esgrimido hace agua por todas partes pero hay una especialmente repugnante: las mujeres, al parecer, son idiotas. Meras comparsas que dejan las cosas serias a sus maridos y se limitan a firmar cuándo y dónde éste les indica.

Que se sepa, la hija del rey no ha desmentido ni rechazado las palabras de su abogado. A ver si en el caso de nuestra muy querida infanta, va a ser verdad que representa el papel de comparsa tontita.