«El 15-M es emocional, le falta pensamiento»: Entrevista con Zigmunt Bauman, filósofo polaco.

 Zygmunt

Bauman advierte del peligro de que la indignación termine evaporándose – El padre de la ‘modernidad líquida’ publica un

nuevo ensayo en forma de 44 cartas.

Zygmunt Bauman, el filósofo y sociólogo

polaco famoso por su concepto de la modernidad líquida, tan fértil que ha sido aplicado al amor (líquido), al arte

(líquido), al miedo (líquido), al tiempo (líquido) y así hasta cualquier cosa, publica el ensayo 44 cartas desde el

mundo líquido (Paidós). Además, el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010 ha estado en Madrid

para pronunciar una conferencia en el Matadero bajo el título ¿Tiene futuro la solidaridad? El sábado por la tarde,

a la misma hora de la manifestación internacional de los indignados, mantuvimos una charla en un hotel a menos de 100 metros

de la plaza de Atocha donde, entre la multitud, ya no cabía un alfiler.

Le pregunto a este profesor emérito en

la Universidad de Leeds (Inglaterra) si le parece que estas grandes manifestaciones masivas, pacíficas y tan heterogéneas

lograrán combatir los abusos de los mercados, promover una democracia real, reducir las injusticias y, en suma,

mejorar la equidad en el capitalismo global, pero, como profesor que es, no responde a la cuestión de un solo golpe.
En

su parecer, el origen de todos los graves problemas de la crisis actual tiene su principal causa en «la disociación entre

las escalas de la economía y de la política». Las fuerzas económicas son globales y los poderes políticos, nacionales.

«Esta descompensación que arrasa las leyes y referencias locales convierte la creciente globalización en una fuerza

nefasta. De ahí, efectivamente, que los políticos aparezcan como marionetas o como incompetentes, cuando no corruptos».
«El movimiento del 15-M trataría de suplir la falta de globalización de la política mediante la oposición popular». ¿Una

oposición eficaz? En opinión de este sabio de 86 años, el efecto que puede esperarse de este movimiento es «allanar el

terreno para la construcción, más tarde, de otra clase de organización». Ni un paso más.

Bauman califica a este

movimiento, como es bien evidente, de «emocional» y, en su parecer, «si la emoción es apta para destruir resulta

especialmente inepta para construir nada. Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los

mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les

interrogara por lo que desean».
La emoción es (¿cómo no?) «líquida». Hierve mucho pero también se enfría unos momentos

después. «La emoción es inestable e inapropiada para configurar nada coherente y duradero». De hecho, la modernidad

líquida dentro de la cual se inscriben los indignados posee como característica la temporalidad, «las manifestaciones

son episódicas y propensas a la hibernación».
¿Se necesitaría un líder acalorado? ¿Varios líderes temperamentales? «El

movimiento no lo aceptaría puesto que tanto su potencia como su gozo es la horizontalidad, sentirse juntos e iguales, lo

que, en importante medida, les niega el superindividualismo actual». La superindividualidad (de la modernidad

líquida) «crea miedos, desvalimientos, una capacidad empobrecida para hacer frente a las adversidades».

El

estrés es la enfermedad que acompaña a esta sevicia. «Las gentes se sienten solas y amenazadas por la pérdida del empleo, la

disminución del sueldo, la dificultad de adaptación al riesgo. El estrés es corriente entre los parados pero también en los

empleados, acosados por los cierres y despidos, las prejubilaciones o los salarios cada vez más bajos. En Estados Unidos el

estrés produce tantos daños económicos como la suma conjunta de todas las demás enfermedades». Las bajas laborales por

estrés llegan a costar, dice Bauman, 300.000 millones de dólares (216.600 millones de euros) al año y la cifra no deja de

crecer.

¿Llegará todo esto a provocar un giro en el sistema, un colapso o algún cambio sustantivo? Su respuesta

es que, en estos momentos, prefiere hablar de «transición» y no de «cambio». Necesitaría hechos más netos para pronunciarse

sobre el alcance de los actuales trastornos. «Antes, hacía falta mucho tiempo para preparar unas protestas masivas como las

del 15-M, pero hoy las redes sociales permiten enormes concentraciones en muy poco tiempo». Pero volvemos a lo mismo: de

igual manera que se concentran y actúan con velocidad, muy poco después se detienen.
El movimiento crece y crece pero

«lo hace a través de la emoción, le falta pensamiento. Con emociones solo, sin pensamiento, no se llega a ninguna parte».

El alboroto de la emoción colectiva reproduce el espectáculo de un carnaval que acaba en sí mismo, sin consecuencia.

«Durante el carnaval todo está permitido pero terminado el carnaval vuelve la normativa de antes».
Puede decirse,

declara el profesor, que «nos hallamos en una fase especialmente interesante, como en un laboratorio de acción social

nuevo». Tarde o pronto la crisis terminará y, sin duda, las cosas serán diferentes pero ¿de qué modo?

«No me pida

que sea profeta», implora Bauman. «En algunos lugares, no en todos, el movimiento ha logrado conquistas importantes pero no

es extensible a todos los países». Lo líquido sigue siendo válido para la previsión del porvenir. La modernidad

líquida se expresa, obviamente, en su falta de solidez y de fijeza. Nada se halla lo suficientemente determinado. Ni

las ideas, ni los amores, ni los empleos, ni el 15-M. Por eso teme que tal arrebato acabe también, finalmente, «en nada». No

es seguro, pero siendo líquido, ¿cómo no pensar en la evaporación?

VICENTE VERDÚ -El País.