Autonomía y anarquismo, el “otro” movimiento obrero

La huelga en la empresa Harry Walker (barrio de sant Andreu de Barcelona), entre diciembre de 1970 y febrero de 1971, se cita normalmente como la primera gran huelga asamblearia en Catalunya, pero antes hubo otras también impulsadas por obreros “autónomos”, en las que el rol de las asambleas de fábrica coordinadas por un comité fue determinante. Por ejemplo, en 1970 se produjeron en Barcelona los paros en la Maquinista (enero-marzo) y Macosa (diciembre). No sólo “el vanguardismo quedaba en entredicho”, explica el historiador Miguel Amorós en el ensayo “Génesis y auge de la autonomía obrera en España (1970-1976)”, sino que las ideas de autogestión, autoorganización, consejos obreros, ocupación o asamblea soberana “se volvieron moneda corriente entre los obreros conscientes”. El anarcosindicalismo y el comunismo consejista “dejaron de ser ideologías arrinconadas en el desván de la historia”, añade Amorós.

El Primer Congrés Nacional d’Història organizado entre el 18 y el 20 de febrero en Valencia por el Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans (SEPC), ha reservado un espacio en los debates dedicados a la transición, al movimiento autónomo y anarquista. El historiador y doctorando Vicent Bellver ha caracterizado estos procesos como “voces despreciadas” por los relatos hegemónicos, pese a la importancia que tuvo la autonomía obrera en las fábricas y la irrupción de grupos (citados por Miguel Amorós) como los GOA, el MIL y el MCL (en Barcelona), “Barricada” en Valencia, “Acracia” en Madrid, “CRAS” en Asturias o la editorial ZYX. “Puedes perfectamente tener una licenciatura y un máster en Historia Contemporánea y que la autonomía obrera no te haya aparecido nunca en clase ni en las lecturas”, explica Vicent Bellver.

El movimiento autónomo se desplegó en las décadas de los 50, 60 y 70 del siglo XX en Europa occidental, aunque no exclusivamente. Matiza el historiador que la “autonomía” de esos años no se desarrolla en los mismos términos que en Madrid, Euskal Herria o Països Catalans en la década de los 90. En plena guerra fría, y con el marxismo como marco referencial, el movimiento autónomo no esconde las críticas a la izquierda “tradicional”. Vicent Bellver cita como ejemplos de este impulso renovador el grupo “Socialisme u Barbarie” en Francia, el “operaismo” en Italia o la influencia de historiadores como E. P. Thompson, que sin integrarse en las nuevas corrientes “autónomas”, sí aporta una interpretación diferente a los orígenes del proletariado, en libros como “La formación de la clase obrera en Inglaterra” (1963).

Las formas de vida, de relacionarse, los modos de organización y los espacios de sociabilidad del movimiento obrero se sitúan en el centro de la teoría y de la praxis. El militante, novelista e historiador italiano, Nanni Balestrini, autor de “Lo queremos todo” y “Los invisibles”, escribe sobre las huelgas en el sector del automóvil con un particular estilo: “Compañeros el resultado de la lucha en la Fiat es antes que nada la autonomía obrera esto es los obreros han desbancado todo tipo de mediaciones sindicales. Han organizado de forma autónoma los métodos de lucha los objetivos. Y sobre estas bases han comenzado a construir la organización que les permite llevar adelante su lucha (…). Hemos visto un permanente sindical de apagar de circunscribir de aislar esta lucha”. Asamblearismo, autoorganización, sensibilidad antiautoritaria y, apunta Bellver, “una intensísima solidaridad” (que el historiador ha constatado en todos los testimonios recopilados para su tesis doctoral), definen al movimiento. Ingredientes relevantes de la autonomía son, en el plano teórico, el marxismo “heterodoxo” (en autoras como Rosa Luxemburgo), así como las experiencias anarcosindicalistas de la década de 1930 en el estado español, entre otras.

Para su trabajo de investigación, Bellver ha entrevistado a Antonio Pérez Collado, veterano sindicalista de CGT en Ford y autor del libro “De la ilusión a la indignación” (L’Eixam), sobre 35 años de luchas obreras en la factoría de la multinacional estadounidense en Almussafes (Valencia). Su testimonio resume los primeros años de luchas obreras, marcadas por la asamblea (con delegados elegidos por los trabajadores, y la posibilidad de revocación) y la autoorganización. El año 1977 constituye un hito en la historia de los conflictos en Ford-España. “Tras 14 días de huelga indefinida, la más larga y con mejores resultados de las realizadas desde entonces, la empresa accedió a todas nuestras demandas. Se sumaron los compañeros del metal, la construcción y los estudiantes. Se conquistaron, además, todo tipo de mejoras: aumento de salarios varios puntos por encima del IPC, más días de vacaciones, ayudas familiares y reducción de la jornada laboral”, explica Pérez Collado en una entrevista publicada por Rebelión en mayo de 2012.

“Se demostró que la asamblea y la lucha autoorganizada podían funcionar. Eran además tiempos de solidaridad muy fuerte”, agrega. Ford alcanzó en esa época uno de sus “picos” de plantilla, con 11.000 trabajadores. El mismo proceso de luchas se daba en todo el ramo del metal: los astilleros de Unión Naval de Levante (UNL) y Elcano, Macosa y otras factorías. Vicent Bellver enumera ejemplos de estos nuevos modos de resistencia: los 51 días de huelga de la fábrica de motocicletas Bultaco, en 1976, en el barrio barcelonés de sant Adrià; 96 días de huelga en la factoría Roca, ubicada en Gavá (cinturón rojo de Barcelona) entre noviembre de 1976 y febrero de 1977; el conflicto de los estibadores del puerto de Barcelona y, en junio de 1977, la autogestión en la empresa Numax, en un contexto de suspensión de pagos y despidos. ¿Cómo ha caracterizado la historiografía estos procesos de autonomía obrera? “Se les ha achacado una supuesta falta de reflexión teórica y también se ha puesto el énfasis en su radicalidad anticapitalista”, explica Bellver. “El contexto de la dictadura creo que lo explica en buena medida”.

En cuanto al anarquismo de la época (que recorre un itinerario distinto al del movimiento autónomo), se caracteriza por la diversidad ideológica y organizativa. Durante el franquismo se aprecia una progresiva pérdida de fuerza de la CNT, por el exilio de muchos militantes, la ilegalidad del sindicato anarcosindicalista, el encuadramiento forzoso en el sindicato vertical, la represión y las divisiones que afloran en el exilio (Toulouse y París). Pero a finales de la década de los 50, explica Vicent Bellver, emerge un nuevo tipo de conflictividad, que se haría más visible en el decenio siguiente. Considerado el movimiento desde una amplia perspectiva, se configuró, según el investigador, un “archipiélago libertario” formado por “grupos de afinidad” clandestinos (integrados en muchos casos por antiguos cenetistas), sectores de la universidad (por ejemplo, los núcleos en torno a Agustín García Calvo), grupos autónomos y radicales, “veteranos” (del interior y del exilio), faístas, “reformistas sindicalistas”, partidarios de un anarquismo renovado por el mayo del 68, “integrales”, anarquistas cristianos y lo que el militante anarcosindicalista y exsecretario general de la CGT, Juan Gómez Casas, denominó “pasotas”.

Entre diciembre de 1975 y los primeros meses de 1976 se producen varios intentos de relanzar la CNT. En el ámbito de los Països Catalans destacan las tentativas en la parroquia de San Medir (barrio barcelonés de Sants), en una reunión a la que asistieron entre 600 y 700 personas. Vicent Bellver subraya asimismo la asamblea en el colegio Salesianos de Valencia y un mitin celebrado en Mataró en el mes de octubre. El año 1977 se marca en rojo en el almanaque del anarcosindicalismo hispano. La CNT se legaliza el 14 de mayo (un mes antes se produjo la legalización del PCE, en el denominado “sábado santo rojo”). El 28 de mayo tuvo lugar un multitudinario mitin en la plaza de toros de Valencia, con la presencia de Federica Montseny, José Peiró y Gómez Casas. Pero todos los eventos se quedan pequeños al lado del primer gran mitin celebrado por la CNT desde 1939, en Montjuic, el 2 de julio, con la asistencia de 300.000 personas. Algunas fuentes duplican el cálculo de participantes en las Jornadas Libertarias Internacionales desarrolladas entre el 22 y el 25 de julio de 1977 en el Saló Diana y el Parque Güell de la capital catalana.

Pocos años después se registraron los casos más graves de violencia y terrorismo de estado. En enero de 1978, el “caso Scala”, con Martín Villa en el cargo de ministro de la Gobernación. El ataque con cócteles Molotov a la sala de fiestas barcelonesa, después de una manifestación de la CNT contra los Pactos de la Moncloa, terminó con cuatro trabajadores muertos, todos ellos afiliados al sindicato anarquista. Con el tiempo se fue descubriendo la implicación en los hechos del confidente policial Joaquín Gambín “el grillo”. El 14 de mayo de 1978 el militante anarquista Agustín Rueda es asesinado por la policía en la cárcel de Carabanchel. Un año después, la violencia policial en la represión de una huelga en el Mercado de Abastos de Valencia, acabó con la vida del joven Valentín González. Ésta es una historia de resistencias, de luchas y de héroes anónimos. Pero también de polémicas intestinas y de escisiones. Como la ocurrida en diciembre de 1979 en el V Congreso de la CNT, celebrado en la Casa de Campo.