Los surcos del azar

Los surcos del azar (Paco Roca). Astiberri, 2013. Cartoné. 17 x 24 cm. 328 págs. Color. 25 €

Hay en España cierto mantra que clama que «ya está bien de hacer historias sobre la guerra civil». Incluso entre gente joven de izquierdas, está extendida la idea de que hay una sobreexposición de nuestro pasado. Quizás ésa sea el mayor problema de la transición: conseguir que las generaciones siguientes piensen que ya se ha hablado mucho de ello y que no estén dispuestas a seguir escuchando. Eso yo podría entenderlo si en España todo el mundo conociera perfectamente que pasó durante la guerra civil, dónde están sus muertos y qué fue de sus exiliados. Pero mientras tanto: no, no hemos hablado suficiente aún de la guerra civil.

En cualquier caso, si alguien piensa así puede estar tranquilo, porque Los surcos del azar empieza justo donde acaba la guerra civil. Paco Roca ha abordado en una de sus obras más ambiciosas —quizás la que más— la historia de la Nueve, o más exactamente la 9ª Compañía de la 2ª División Blindada de la Francia Libre, formada en gran medida por españoles, por luchadores del bando republicano que tuvieron que huir de España tras la derrota. La historia de Los surcos del azar es la de un desgarramiento muy profundo, el que sólo tienen los perdedores, ese puñado de anarquistas, comunistas y republicanos en general que, llenos de rabia, se negaron a dejar de luchar contra el fascismo. Dejémonos de tibiezas, de relativismos y de «los dos bandos cometieron atrocidades»: eso es una obviedad. Esta gente luchaba contra una plaga, y es tremendamente llamativo que gente que conviene en que Hitler fue Satán disculpe o defienda directamente el golpe de Franco y el resto de generales. Pero era la misma lucha.

Y esto se ve muy bien en las peripecias de Miguel y el resto de soldados, que inician, cuando escapan de España, una travesía que les lleva a África, Gran Bretaña y finalmente a Francia. Su esperanza durante todos esos años es que, una vez vencidos los nazis, llegaría el turno de Franco. Pero nunca llegó. Y por eso ese desarraigo y esa amargura ya los acompañaron siempre, y por eso la decisión de Roca de moverse entre el presente y la reconstrucción del pasado es acertadísima, y dota de una dimensión adicional a su obra. No volvemos al pasado por el simple ejercicio historiográfico, sino que estamos buscando respuestas a los problemas del presente.

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Además, Roca lo afronta de un modo muy interesante, y que supone la diferencia entre lo que habría sido un buen tebeo y la excelencia que alcanza en Los surcos del azar, a mi entender. La parte del pasado, la reconstrucción de la historia de la Nueve, la realiza en color y con un estilo acabado, aunque también más suelto que el de otras obras suyas. Sin embargo, la parte del presente la desdibuja con un estilo esquemático y la falta de color, y sin marcos de viñetas. Todo cobra sentido cuando descubrimos que esas secuencias en las que el propio Paco Roca habla con un anciano Miguel son ficticias, aunque el lector tienda a pensar por defecto que son reales; quizás también porque recuerden a Maus y ahí sí lo eran. En esta inversión de términos está la clave: el pasado, reconstruido, se presenta como una realidad tangible y cerrada, el presente en cambio es un artificio, un recurso narrativo, una invención. Ojo, no una invención de cara a la galería, no está ahí porque sí o simplemente para dar respiro a la historia principal. Gracias a esas secuencias Roca puede lanzar una mirada actual sobre ese pasado, y plantear un choque incómodo entre nuestra mentalidad y de la de aquellos hombres. En una de las mejores escenas del cómic, por ejemplo, Paco no puede evitar cuestionarse la moralidad de matar a un nazi a sangre fría, aunque fuera en el marco de una guerra, lo que provoca un monumental enfado de Miguel. ¿Cómo se salda este dilema? Acertadamente, no se hace. Ninguno de los dos tiene razón, porque la historia es algo mucho más complicado. Las respuestas simples son infantiles, y sirven sólo para tranquilizar conciencias, no para llegar al fondo de las cosas.

Paco Roca no es objetivo, porque nadie puede serlo, pero sí ha hecho un enorme esfuerzo por documentar a conciencia la peripecia de la Nueve y los detalles de vestimenta, armamento y escenario. Ha contado para ello con la ayuda de varios asesores, entre ellos Juan Rey y Robert Coale. Más allá de buscar la verosimilitud, también se aprecia que Roca quiere huir del dramatismo visual, y que narra sin encuadres espectaculares ni viñetas página: las escenas bélicas se saldan con un naturalismo sorprendente, desprovisto de épica. La muerte llega de improviso, a veces incluso fuera de cámara, y Roca no se recrea, ni exagera la reacción de unos soldados que conviven con ella a diario. Dicho claro: no existe la influencia del cine bélico comercial que exhiben muchos cómics del género.

Pero la cosa no acaba ahí. En realidad, Los surcos del azar alcanza el nivel que alcanza no sólo por todo esto, sino porque, sencillamente, Paco Roca sabe contar una historia. La estructura del cómic es perfecta, todo está medido al milímetro, el ritmo que marca es el que pide la narración y no otro. Sabe cuando frenar, cuando insertar una escena del presente, cuando acelerar, cuando emocionar —ese encuentro con el brigadista americano, por ejemplo—… Incluso incluye una historia de amor y lo hace bien, sin caer en tópicos y dotándola de un sentido dentro del conjunto. Es una historia redonda porque consigue todos sus objetivos.

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Y el principal de ellos es la recuperación de nuestra memoria. Memoria, esa palabra que provoca urticaria a algunos y suena a rollo a otros. Ésa es la clave de muchos de los problemas que tenemos hoy, y por eso creo que Santiago García acertó cuando vinculó el contenido de Los surcos del azar con el de No os indignéis tanto de Manel Fontdevila. No conocemos nuestra historia. No realmente. Hemos reducido todo lo que tiene que ver con la represión franquista y el éxodo de los vencidos a unas pocas nociones vagas y generales en las que ni siquiera pensamos mucho. Como decía al principio, incluso nos permitimos el lujo de pensar que conocemos de sobra todo eso. Pero no, la gente no sabe que hubo un puñado de niños que se fueron a la Unión Soviética para huir de las bombas y las represalias, como no sabe que hubo un grupo de soldados españoles que se negaron a dejar de luchar y acabaron siendo los primeros en entrar en París durante su liberación. ¿Son héroes? Qué más da, es lo mismo de antes: ¿héroes o villanos, ésa es toda la reflexión que hacemos? Si reducimos la historia de España y de los españoles a una simple cuestión binaria no podremos evitar mentir de alguna forma. Porque la realidad es mucho más compleja que eso. No se trata de si fueron buenos o malos: fueron seres humanos que merecen ser recordados, recuperando su historia, recuperando tantas otras historias silenciadas en pro de una paz social que no fue más paz que la que da la derrota. Por eso necesitamos muchos más tebeos, o lo que sea, como Los surcos del azar.

Quiero acabar comentando otro aspecto del cómic. Paco Roca, en determinados momentos, por medio de su alter ego en la historia, se pregunta qué derecho tiene a remover el pasado, a hacer recordarlo a un hombre que deliberadamente lo ha enterrado, y todo para escribir una historia, para dar forma a una obra que después quedará atrás porque su autor buscará otras. Cuando un autor tiene la madurez necesaria para hacerse esas preguntas es porque ha llegado a un momento clave en su carrera, y a la pericia como narrador y el oficio que permite dominar el medio —y Roca lo domina ya por completo— se suma ese algo más, esa reflexión sobre el propio trabajo y su significado y alcance que creo que comparten todos los grandes. A mí los cómics de Paco Roca siempre me habían gustado, y entendía que vendan tanto y me alegraba por ello. Pero siempre había alguna cosa que creía mejorable, algo que impedía que pensara que Roca había alcanzado al fin todo su potencial. En Los surcos del azar creo que, por primera vez, lo ha alcanzado, y ha pasado de hacer tebeos excelentes a hacer uno mayúsculo, que perdurará en nuestra memoria. No sé si ha sido el tiempo dedicado —desde 2008—, el tema, o simplemente la evolución natural como autor, pero el salto que ha dado es palpable. A partir de ahora, esperaré sus nuevos proyectos con más ganas todavía.

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