¿Deberíamos estudiar nuevas formas de repartir la riqueza o el trabajo?

El debate viene de muy atrás, concretamente de cuando se empezó a temer que las máquinas sustituyesen al hombre en el trabajo. Era la revolución industrial y se destruyeron muchos puestos de trabajos mientras se creaban otros, algo parecido a lo que supuso la mecanización del campo y la huida a las cuidades en busca de empleo.

Estampa histórica de tareas en el campo de Galicia.
Estampa histórica de tareas en el campo de Galicia.

Son crisis cíclicas del capitalismo que más o menos se arreglaban en un tiempo razonable. Más tarde, ya metidos en el siglo XX, y entrando en el ciclo de arreglar las cosas con guerras mundiales, surgió en el período entre guerras la necesidad de acometer cambios que no  supusiesen una injusticia social en el reparto de la riqueza. Era la época donde la propiedad privada se cuestionaba y y mucha gente leía «La  conquista del pan» de Piort Kroptkin o el Capital de Carlos Marx, la época de sindicatos fuertes y crisis largas y duras como la de 1929.

Una vez admitido que las máquinas «liberarían» al hombre del trabajo, se establecieron diversas ideologías para repartir la riqueza de otra manera. Si los medios de producción iban a sustituirnos a largo plazo, era necesario el cambio. Los marxistas proponían un Estado fuerte nacionalizando la propiedad privada para hacer después un reparto más igualitario, Los anarquistas (entonces el anarcosindicalismo, la CNT, era fuerte) proponían dar a cada uno uno según sus necesidades y trabajar solo para el ocio, lo que suponía también la abolición de la propiedad privada y el estado. Los falangistas proponían nacionalizar los medios de producción y la banca, así el beneficio, el PIB, prodría repartirse entre una amplia clase media. Y los cristianodemócratas  y los liberales seguían confiando en el mercado y en la justicia social porque el mercado tendría recursos para crear puestos de trabajo nuevos.

Todo esto se fué olvidando con la Segunda Guerra Mundial y la aparición posterior de la sociedad de consumo. Se abandonaron poco a poco los extremos y fueron desapareciendo el anarquismo, la falange, los fascismos, y finalmente el marxismo. El mundo paso a ser socialdemócrata o popular, ambos dentro del sistema vencedor, el capitalismo. Pero las cosas siguen su curso y la sociedad de consumo también se agotaba con sus crisis periódicas por lo que se incorporó el consumo a los paises con capacidad de pagarlos, los paises emergentes. Además el mercado se expandió con una población mundial que pasó de 1.200 millones al principio del siglo XX a 7.300 en la actualidad. Así se conseguíó ir repitiendo trabajo, que había pasado mientras tanto de 60 a 40 horas semanales mientras algunos paises como Francia ya iban por la 35. Es crecimiento de la población mundial, junto con su incorporación al consumo, fué paliando la crisis global hasta la actualidad, pero era falso. Se hablaba como ejemplo del milagro alemán, aunque Alemania basaba, y basa, su bienestar en exportar el 80% de lo que produce, algo que no vale como modelo porque hacen falta que existan países deficitarios que compren ese excedente, la perpetuación de la injusticia social, que no en términos económicos ya que se lo han ganado con su esfuerzo.

El caso es que todo sigue su curso y primero la informática y después la robótica, seguirán destruyendo empleo (ayer se anunciaba una aplicación que liberará 7 millones de puesto de trabajo). Es solo cuestión de tiempo pero más tarde o más temprano no habrá trabajo para todos (ya no lo hay en muchas partes) y volveremos a recordar aquellos de cómo se reparte la riqueza y con las mismas respuestas, o el Estado recauda impuestos directamente de la empresas y luego reparte la riqueza sin necesidad de trabajar, como hacían los griegos clásicos, solo trabajo para inmigrantes en servicios y en el ejército (entonces eran esclavos), o repartimos el trabajo.

Repartir el trabajo es la única solución lógica de futuro, pero en un mundo globalizado e injustamente desigual, es necesario que esa reducción sea a nivel mundial y no que unos países puedan aumentar su jornada para producir más barato y acaparar la producción. No hay otra salida que trabajar menos aunque sea una mesida que nadie puede aplicar unilateralmente. El mundo no se acabará por eso. Ya se pensaba que la jornada de 8 horas sería insostenible y no lo fue. La cuestión es si queremos construir un mundo para 4 años de legislatura (o los que sean ene otros países) o para el futuro de hijos y nietos.

Raúl Saavedra