Anarquistas, como todo el mundo

Carmen Calvo, ex de tantísimos cargos como ha ocupado en varios gobiernos socialistas, además de doctora en Derecho, jurista y diputada, ha roto su tradicional y proverbial discreción ante los medios para hacer una declaración que ha dejado a medio país boquiabierto; el otro medio ya está acostumbrado a esa especie de disputa entre políticos para ver quién la dice más gorda.

El caso es que doña Carmen soltó ante los micrófonos de la SER, emisora nada sospechosa de simpatías por la causa ácrata, una arriesgada afirmación que no parece propia de quien todavía ostenta responsabilidades parlamentarias dentro de la escudería socialista. La ex vicepresidenta del gobierno progresista vino a decir «Yo creo que España no es republicana ni monárquica porque ha tenido muy malas experiencias con las dos formas, yo creo que los españoles somos fundamentalmente anarquistas, todos, anarquistas de izquierdas, anarquistas de derechas o anarquistas medio pensionistas».

Como era de esperar el razonamiento de la ex mano derecha de Pedro Sánchez ha levantado una polvareda en medios y redes sociales, aunque la mayoría se lo ha tomado por el lado frívolo y no se han querido buscar las razones de fondo que han llevado a la todavía diputada a resaltar, de forma un tanto atolondrada, la tradición anarquista de nuestro país.

Desmarcándose sutilmente de esa reacción generalizada, mezcla de perplejidad y sorna, el pasado 17 de septiembre Joan Carles Martí publicaba en el diario Levante-EMV “Ácratas de palacio”, un artículo donde venía a concluir y a coincidir con Calvo en que la clase dirigente española no anda sobrada de profesionalidad y proyectos ilusionantes, lo que a juicio de ambos justificaría la tradicional desafección del personal de a pie respecto a todo tipo de gobiernos.

Acostumbrado como está el movimiento libertario en general, y el anarcosindicalismo en particular, a que los grandes medios ignoren sistemáticamente todos sus actos y comunicados, a que los reporteros se salten el bloque rojinegro cuando entrevistan a la gente que lleva las pancartas en las manifestaciones, e incluso a que sus banderas desaparezcan misteriosamente en las fotos y reportajes, esta breve y repentina popularidad tampoco es que haya entusiasmado; no están los tiempos para chascarrillos.

Que los partidos políticos han defraudado hasta a sus seguidores menos exigentes es una realidad que no precisaba del tardío descubrimiento de una de sus más longevas profesionales, pero esa desconfianza ciudadana es mérito exclusivo de la propia casta dirigente, no de la genética ácrata que Carmen Calvo atribuye a la generalidad de los españoles.

Cierto es que la península ibérica ha sido históricamente un bastión del anarquismo internacional, indiscutible también la gran aportación de esas ideas a las luchas y conquistas obreras, a los proyectos revolucionarios puestos en pie una y otra vez. Esa presencia activa y destacada del anarquismo en nuestros pueblos y ciudades arranca a mediados del siglo XIX y se mantiene, con sus fases de expansión y represión, hasta el día de hoy. Pero en estos tiempos de ofensiva neoliberal y recortes generalizados la inmensa mayoría de la población española está muy alejada del ideario anarquista; por mucho que la exministra afirme lo contrario.

No vamos a recurrir a la futurología, pero es muy probable que de vivirse ahora esa pujanza del anarquismo la implantación de leyes mordaza, de reformas laborales y de recortes sociales no se quedaría sin unas respuestas contundentes. De eso sí puede estar segura la señora Calvo y todos sus colegas. Y de otra cosa pueden estar seguros tales expertos en politología: aunque no hay unanimidad para adscribir el anarquismo a la izquierda, lo que sí está claro es que no hay anarquistas de derechas.

Antonio Pérez Collado