Nuestra Memoria: Alcoi (1936/1953). Socialización, Colectivización y Represión

Queimada Ediciones en su colección de NUESTRA MEMORIA recupera los testimonios de estos compañeros que demostraron es posible OTRO MUNDO.

Cenetistas, que después de cuarenta años, se habían acostumbrado al silencio o a decir lo «correcto», y que no acababan de fiarse de un mundo académico dominado por el discurso marxista, aunque el tiempo demostraría, que salvo honrosas excepciones, para la mayoría era la moda del momento.

A esta época pertenece la primera edición. En el prefacio, la autora responde a las razones que la llevaron a realizar las entrevistas: la, cuando menos interesante experiencia de las colectivizaciones, había sido ninguneada en la misma Alcoi, para intentar que pronto fuese olvidada. Años después, y cuando una nueva crisis cíclica capitalista asociada al triunfo de un sector económico, la banca, que paradójicamente creó, se abate sobre el país, es el sector cooperativo, heredero, en parte, de las colectivizaciones, el único que antepone el mantenimiento del empleo único a los beneficios empresariales. El libro responde, desde un marco local, a las tres cuestiones básicas, que se plantea todo proceso revolucionario: La primera cuestión, que trata tangencialmente, habla de cómo es la revolución en sí, que no se define como cambio violento de gobierno, aunque, y por desgracia, casi siempre la sangre acaba corriendo, si bien en menor medida que en los procesos contrarrevolucionarios o dictatoriales, sino como el desplazamiento del poder político y económico, y de la legitimidad de aquellos grupos y sectores que los dominan hacia otros que se hacen con el control del estado y de la economía. En todo proceso revolucionario, la disciplina y el mando único , resultan más eficaces a la hora de derrotar al enemigo, al menos a corto plazo, pero ello choca con los principios libertarios y en muchos casos aboca a la revolucione a un intento de periodo dictatorial, más o menos largo según sea la correlación de fuerzas. Fue el dilema con el que se encontró Cipriano Mera, por ejemplo, que no olvidemos era de un grupo específico. En este primer momento los poderes son multiformes y el control es reducido, y no existe un ganador nítido. Esta situación se corresponde con la fase de los fusilamientos masivos en el bando republicano, julio-septiembre de 1936. La guerra civil contó, junto con la comuna de París, con el dudoso honor de ser la única, en occidente, donde los fusilados superaron a los muertos en combate, si contamos los de posguerra. La cifra está sujeta a revisión ya que los estudios no son completos para las provincias más pobladas, y solo la suma de estudios locales nos llevaría a una cifra exacta. Y ello, sin entrar en el debate sobre de si la gran mortandad que se dio en las cárceles franquistas, fue debido a la malnutrición, a las enfermedades y a los malos tratos es decir una mezcla de desidia, corrupción e incompetencia del sistema, o por el contrario fue una política deliberada.

En el bando franquista el número de fusilados está bien documentado aunque solo sea porque ser familiar directo de un “mártir de la cruzada”, además de prestigio, te daba derecho a unas pequeñas ayudas. Para el caso de Alcoi ,lo interesante del relato es que afirma que son parte de los mismos trabajadores de la ciudad, los que pretenden conseguir las armas para asaltar la cárcel y fusilar a los detenidos, y es un militante el que está dispuesto a enfrentarse a sus conciudadanos por un compromiso ético. No fue el único caso, Mera, solo y pistola en mano, protegió a la guardia civil del barrio de Tetuán, en Madrid, que era quien le había detenido; o Luis Rubio, de la FAI, y por entonces capitán, apoyó con una compañía de ametralladoras que estaba de permiso, las cárceles por solicitud de Melchor Rodríguez, para que no fuesen asaltadas. Ambos casos son buena muestra de ello. Pero el hecho es que había odio de clase, y en muchos casos, dicho odio se pudo desviar sacando a los prisioneros de los pueblos donde habían detentado el poder, como en Dénia, aunque estaba el problema de los traslados, y que los líderes obreros cuando querían controlar la situación, no solo necesitaban temple, también tener ellos los depósitos de armas. La segunda cuestión está intimamente relacionada con la primera : en un contexto en el que la revolución no será mundial y donde la mayoría de la población naturalmente utiliza prácticas libertarias de autoorganización ( compárese las similitudes con las juntas que coordinaban la lucha, inicialmente , en la guerra de Independencia por ejemplo ) , pero ideológicamente no es libertaria , que organismos de coordinación y porqué no decirlo de dirección de la revolución se deben crear , sin caer en el estatismo, para imponerse sobre los enemigos , los aliados circunstanciales y la presión de los estados. La cuestión “ planea “, por el libro, pero no es tratada directamente , aunque subyace el entendimiento entre la antigua generación de socialistas y los libertarios , probablemente porque , aquellos en muchos casos procedían de la misma clase social y al menos , en muchos pueblos la afiliación a un sindicato , u otro , variaba en función del lider carismático , pero las practicas no eran tan diferentes. Y la tercera es como gestionar la economía , sin caer en la autoexplotación , ni tampoco reproduciendo esquemas de funcionamiento capitalistas, al tiempo que se aumenta la productividad , y cuando es necesario , como en una guerra , la producción . Desde esta perspectiva, y una vez controlada la situación, los militantes anarcosindicalistas se plantearon la socialización de los medios de producción. Alcoi contaba con tres grandes sectores industriales: metalúrgico, textil y papelero, sobre todo, de papel de fumar; era, por tanto, la principal comarca industrial valenciana, y en ella los sindicatos de oposición, que diferían con el resto de la CNT en las tácticas, pero no en el objetivo final, estaban muy arraigados. Una de las razones de que el libro de Moltó sea tan atrayente es, justamente, que explica (con documentos anexos) cómo y cuáles fueron los problemas de la colectivización, palabra que hasta entonces solo habían utilizado los teóricos del anarquismo para diferenciarla del comunismo libertario. Y es interesante porque plantea que la colectivización varió mucho en función de la realidad de cada localidad, de ahí, una vez más, la importancia de los estudios locales, pero hay una constante en los procesos de colectivización: Se asocia colectivización a racionalización, tecnificación y concentración fabriles con la consiguiente reducción de costes, como señala Celedonio Aparisi (pg: 87). Se supone que ayudaría el hecho de que una parte de la población activa se encontraba en el frente, pero en una hipotética revolución triunfante, se reducirían las horas de trabajo, como ya había previsto Kropotkin, y hoy día con la robotización es posible. Por otro lado, la colectivización no solo depende de factores económicos, sino también de los aspectos ideológicos, en un sentido amplio, de sus impulsores, lo que Boronat denomina “el estado anímico y la moral de los colectivistas” (pg: 54). También hay que tener en cuenta, que la colectivización es voluntaria para los pequeños patronos que no fueran declaradamente franquistas, pero la presión social era elevada, al menos hasta el ascenso del partido comunista. Conviene no olvidar que junto a sectores que pretendieron entorpecer la producción por razones políticas, hubo otros que lo hicieron por irresponsabilidad y dejadez, como los auxiliares obreros, pero también, el sector del transporte por carretera, que tendían al individualismo, como señala José Aparisi Yvars (pg: 73). De ahí la necesidad de sanciones ante el abandono o el retraso en el trabajo o la mala ejecución del mismo, fundamentalmente por embriaguez. ( Francisco Moreno Saez 1986, pg: 61) práctica que considera poco libertarias, pero porque no había derecho de apelación a otros organismos. Además, se deja entrever que los comités de fábrica tenían una tendencia a defender los intereses de los trabajadores por encima del conjunto de las empresas socializadas, aunque, en general, sí pertenecían a la CNT, mediante la libre discusión, la negociación y, probablemente, cierta presión, se alcanzaba el acuerdo. Por último, las empresas socializadas eran, habitualmente, solidarias, y mejoraron las condiciones de los trabajadores, no solo por el pleno empleo, achacable a la guerra, y los aumentos salariales, por la adaptación al esfuerzo militar, por el mantenimiento y creación de seguros y de ayuda a familiares, sino también por el envío de aprovisionamientos a zonas desfavorecidas sin cobro alguno. ¿Qué hay de diferente en esta colectividad con respecto a otras?

Por un lado, en realidad las cooperativas de consumo de alimentos estaban gestionadas por las industrias socializadas, no por la federación local ni el municipio libre. Por otro, el consejo directivo de las industrias estaba compuesto por una mezcla de empresarios, técnicos y representantes del sindicato que tenían mayoría, siendo el presidente el mismo del sindicato para que no hubiese tensiones. Patronos y técnicos aportaron información y, a veces, algunos como el ingeniero industrial y patrono Francisco Rodes acabaron colaborando activamente. Ello era posible porque varios eran republicanos, otros procedían de la clase obrera, aún en la República el ascenso social era posible, sobre todo en sectores poco tecnificados como el calzado. Por ejemplo, Sirvent, líder de la FAI y originario de Elda, se hizo empresario durante un corto periodo en Barcelona (Manuel Sirvent Romero, 2011) y porque en situaciones revolucionarias un sector minoritario de las élites político ―económico― administrativas se une a los triunfadores por razones pragmáticas o simplemente personales. Otro aspecto a tener en cuenta es que la colectivización contó con el apoyo de los mandos militares de la subsecretaría de armamento, sobre todo, del coronel Escobar, una vez que ésta probó su eficiencia. Prueba de ello fue que en la batalla de Madrid , en otoño de 1936 , ya se utilizó munición producida por la industria metalúrgica socializada alcoyana, que había adaptado las fábricas a las nueva necesidades ( Aurora Bosch Sánchez 1983, página 86). Por último, había diferencias salariales, según las distintas funciones, dentro de la colectividad. En suma, unido a los documentos anexos, es una interesante aportación al conocimiento del diferente proceso colectivizador. La segunda parte del libro trata de la represión cotidiana en la posguerra, aunque después de un sucinto estudio inconcluso de la historia de Cocentaina, pueblo limítrofe con Alcoi y lugar de origen de la autora. Lo interesante de esta parte de la obra es que relaciona la represión con la vida cotidiana de la clase trabajadora y muestra la continuidad entre las espantosas condiciones de la vida prerrepublicana, al menos entre los aparceros y jornaleros de tierras de secano, lo que explicaría la emigración intraprovincial hacia tierras de regadío e industriales (Forner Muñoz, Salvador, 1982). Al tiempo, cuenta apuntes de la historia de la familia durante la República, para pasar a anécdotas destacables de la posguerra. Es muy interesante el caso del falangista que pretende el fusilamiento de su tío (Francisco Moltó, pg: 162), pero que no se sepa que él ha sido el responsable, una muestra más, de que en los pueblos y en las ciudades pequeñas la reprobación social continuaba siendo tenida en cuenta. A ello ayudaría que, la represión inicial republicana en Alcoi fuese limitada, dos oficiales fusilados tras la ocupación del cuartel por los trabajadores (Bosch Sánchez 1983 pag 19 ). El lector obtendrá interesantes retazos de la vida cotidiana y de la represión de aquellos días, y de la contradicción entre la teoría mojigata del Régimen y una realidad escabrosa, espantosa y ultrajante. La dureza de la posguerra y la dura represión dejan entrever la que para el franquismo fue la “culpable” de los intentos de transformación social: la clase obrera en su conjunto (que no el campesinado, al menos teóricamente) que debía ser castigada sin importar la ideología.

Fue tan dura que para sobrevivir, el miedo tenia que interiorizase. Ello permitió limitar la represión en una segunda fase. Y además, este miedo explica lo que a Moltó le resulta sorprendente: “que el sistema franquista pudiera imponer la ley del silencio a las familias en las que había recabado la represión más atroz y a la vez conseguir que sintieran, para más inri, un sentimiento de culpabilidad” (José Sanchiz Gracia, pg: 202). El anecdotario no muestra sino la traslación de los símbolos e ideología a la vida cotidiana y, sobre todo, un miedo interiorizado entre el conjunto de las familias de los perdedores, el oprobio ( como un sambenito que era una falta para toda la familia, como en tiempos de la Inquisición) pero también, de la sociedad que hace que sean los nietos, y no los hijos de los protagonistas, los que se atrevan a indagar. Cuando se publicó la primera edición del libro lo más representativo era sacar a la luz estos hechos, pero, afortunadamente y en casi treinta años, se han conocido numeroso datos y narraciones sobre la represión. Eso hace que lo más atractivo sea la narración, hecha por una mujer de la clase trabajadora, de la vida cotidiana. Hay pocos testimonios con estas características. Así se pueden explicar las campañas de los anarquistas y, también, de los primeros socialistas en contra del alcoholismo que se había convertido en una auténtica pandemia. Estilísticamente Moltó es autodidacta y, aunque cuenta cuáles fueron sus primeras lecturas, la tradición que utiliza es la de las fábulas, obviamente sin los animales como personajes, es decir, pequeñas narraciones con una conclusión moral a la que induce la lectura y en la que los diálogos y pensamientos se reescriben a partir de recuerdos. El género no huye del didactismo reforzado, sobre todo, por las reflexiones de la redactora. Quizás hubiera sido conveniente dividir el libro en dos tomos, para que, de esta forma, se pudieran concluir algunos de los acontecimientos y análisis que quedan incompletos. Ello no desmerece lo interesante de la aportación para conocer rastros del proceso de colectivización y de la vida cotidiana, así como de la represión en la inmediata posguerra.

José Alvarez Historiador

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