Los Miserables.

Sus trajes de diseño, sus melenas engominadas, sus caros maletines de piel y sus áticos playeros

de 400 metros cuadrados no pueden despejar el intenso olor a mierda que los delata allá donde van. Será esa peste a carroña

en descomposición la que atrae a tanto buitre y a tanta hiena a sus filas. 

 

Los

Miserables

Si Victor Hugo viviese hoy para re-escribir la obra literaria de los Miserables,

seguro que no haría referencia con este término a las familias desahuciadas, a las personas enfermas que tienen que

recorrer enormes distancias para ser atendidas por un médico, a los parados de “larga duración”, a la juventud formada que

emigra sin desearlo o a las mujeres empujadas a prostituirse para pagar los libros del colegio de sus hijos. Sí, todas estas

personas que conformamos las clases populares y trabajadoras somos miserables: no tenemos nada porque los de las cuentas en

Suiza no nos han dejado nada. Pero tenemos algo que ellos no tienen y que hace que nuestra miseria material no alcance ni

de lejos la gravedad de su miseria moral: tenemos toda la dignidad que a ellos les falta. Somos afortunados, porque pese a

todo, en nada nos parecemos a ellos, a los verdaderos y auténticos miserables, y eso sí que sería descorazonador. El Partido

Popular es un hampa organizado al que no le faltan extorsionadores ni matones a sueldo, una red enmarañada de clientelas

donde se adula por un puestecillo al calor de algún barón provinciano o por un sobre en negro, una maquinaria voraz que se

lo lleva todo en forma de multisueldos pagados gracias a la privatización de nuestros servicios públicos. Entre quiénes

componen la estructura del Partido Popular, si se es inteligente no se puede ser una buena persona, y si no se es un

miserable con todas sus letras, entonces es que no se fue precisamente el más listo de la clase.

Sus trajes

de diseño, sus melenas engominadas, sus caros maletines de piel y sus áticos playeros de 400 metros cuadrados no pueden

despejar el intenso olor a mierda que los delata allá donde van. Será esa peste a carroña en descomposición la que atrae a

tanto buitre y a tanta hiena a sus filas, sino, no se puede explicar que la mayor mafia organizada del Estado, la Mafia de

los Miserables indignos, sea la misma que lo gobierne.

Hemos

expresado muchas veces que la corrupción es una cuestión inherente al Régimen surgido de esa gran estafa llamada

Transición. Ya no hay retoque, apaño o reforma que valga. Sólo una ruptura con el sistema vigente y con la Constitución del

78 puede traer una transformación sustancial del panorama actual, y la situación es inmejorable en clave política para que

demos el empujón que tanta falta hace. Estamos ante un cambio de Era donde aún la partida no se ha decantado hacia una

salida que podría ser hacia la democratización y la justicia social o hacia la neofascistización del Estado. Hoy, la

consigna de “Unidad Popular” tiene que ser mucho más que un término abstracto que todos reivindican y pocos practican; debe

de ser una realidad tangible entre quienes apostamos por cambiarlo todo y pretendemos que la salida a la crisis del Régimen

no se resuelva por la derecha, como ya ocurrió con el ocaso del modelo bipartidista del Regeneracionismo con la llegada de

Primo de Rivera. Solo acumulando fuerzas con los numerosos sectores en lucha podemos inclinar la balanza a nuestro lado, y

solamente evitando caer en las numerosas trampas y provocaciones que nos tiende un enemigo -y decimos bien, enemigo- que

hasta hoy ha jugado sus cartas con mayores habilidades que el movimiento popular, tenemos posibilidades de victoria. Esa,

como jóvenes y revolucionari@s, es nuestra responsabilidad histórica para con nuestro pueblo y nuestra gente, l@s

miserables que conservan su dignidad intacta.

Yesca, la juventud castellana y revolucionaria