La Revolución anarquista y los límites de la utopía

Las XVIII Jornadas Libertarias de CGT-Valencia debate sobre las causas del fracaso de las revoluciones.

“El dolor la volvió conservadora”, escribió la poeta Adrienne Rich en 1969. Es político el instante en que un sentimiento penetra el cuerpo. El dolor al que el ser humano se ve sometido le hace cada vez más frágil, mientras el mundo se vuelve cada vez más prepotente. El profesor de Teoría de la Comunicación de la Universitat de València, Antonio Méndez Rubio, recurre también a las ideas del psicoanalista y mentor del freudomarxismo, Wilhelm Reich, en el texto “¡Escucha pequeño hombrecito”. Habla de ese pequeño fascista que se hospeda en cada individuo. ¿Qué problemas hacen fracasar los proyectos revolucionarios?, se preguntan las XVIII Jornadas Libertarias de CGT-Valencia, que abordan el 80 aniversario de la “revolución” social (anarquista) en España.

Siguiendo a Reich, tal vez la revolución no se afiance porque no ha cambiado la estructura psíquica de los seres humanos: se interpone un muro entre ellos y la vida. Y además de las corazas que revisten el carácter, la soledad aparece como un punto crítico, es donde se fragua la necesidad del otro (“soledad” y “común” son pares indisociables). “Bajo las condiciones de un orden social adverso, los individuos más sanos son los expuestos a los peores sufrimientos”, advierte Méndez Rubio. Hoy lo sistemático y lo subjetivo compiten en brutalidad, se produce un “fracking” del sujeto, que se halla radicalmente fracturado y envenenado. El exceso de dolor, por tanto, explica el repliegue y el acorazamiento en la soledad. Ésta es la pregunta en el 80 aniversario de la revolución anarquista: ¿La voluntad de vivir y de cambiar pueden hacer de la derrota un punto de arranque? ¿Cuándo se escucha una caracola, como los niños, el adulto percibe el sonido del mar? Antonio Méndez Rubio defiende una poética política.

Otro planteamiento es el de la Federación Anarquista de Gran Canaria (FAGC). Se dedicaban a la “acción directa” y a la difusión cultural, pero el reparto de pasquines sobre el uso de la bicicleta o la apostasía hizo que afloraran las contradicciones. “Les decíamos que no contaminaran a personas indigentes que ni siquiera tenían zapatos”, explica Ruyman Rodríguez. “Estábamos a mil kilómetros de la realidad”. A finales de 2011 se produjo el gran viraje, de modo que hoy, cuando alguien introduce cuestiones teóricas en las asambleas, le quitan el turno de palabra. La gran mayoría de activistas de la FAGC son actualmente pobres, inmigrantes y gente sin formación ideológica “clásica”. En la organización sólo quedan cuatro anarquistas ilustrados. “Todo es práctica”, asegura Ruyman Rodríguez. Uno de los ejemplos es la implicación en “Comunidad Esperanza”, cuatro bloques de viviendas ocupados en Santa María Guía (Gran Canaria) en 2013, donde se ha realojado a 207 personas, 76 familias y más de un centenar de menores. Consumado el giro, la Federación Anarquista de Gran Canaria se dedica a la ocupación, la paralización de desahucios y las huelgas de alquileres. Han ocupado más de 300 inmuebles.

¿Por qué fracasan los proyectos revolucionarios? Entre otros factores, Rodríguez destaca la falta de una estrategia realista, y la tendencia al repliegue cuando se alcanza un objetivo. Y ello pesar de que, en la lucha por la vivienda digna, la fase más dura llega tras la paralización del desahucio: la negociación con el banco o el casero, impedir la reversión de lo conseguido… “En la práctica la revolución es jodidamente dura”, sostiene el activista. La cuestión ya fue objeto del debate entre los “clásicos” de la Idea. En “El corto verano de la anarquía”, Hans Magnus Enzensberger recoge las diferencias entre Diego Abad de Santillán, quien pensaba que la Revolución inauguraría una nueva era de fraternidad y bondades; y García Oliver, que advertía de lo contrario. Tras el entusiasmo de primera hora, posiblemente llegaran los ajustes de cuentas, las contradicciones y los hechos que no casan con las visiones (idílicas) de los libros.

Una segunda razón por la que fracasan las revoluciones es la delegación del poder. Se ha dado el caso de mujeres aguerridas y bragados obreros de la construcción que, en una mesa de negociación con responsables del Cabildo canario, se han derretido ante los cantos de sirena del político, ante el tópico de “haremos todo lo posible” o “este asunto es una prioridad” en nuestra agenda. “Hay un gran peligro del poder en la cercanía, el falso amiguismo del poder nos acaba devorando”, apunta el activista de la FAGC. Un tercer motivo de las revoluciones frustradas es la represión, que se percibe fácilmente cuando la ejerce el PP, pero no tanto en otras circunstancias: cuando la Guardia Urbana en manos de Ada Colau reprime a los “manteros” o, señala Ruyman Rodríguez, cuando el responsable de los “palos” es un nuevo concejal con el que compartíamos “birras” en el 15-M. En esos casos, hay muchas veces en que se produce una identificación con el poderoso; es “el masoquismo que sirve para justificarnos y dar una explicación a por qué estamos en la mierda”. Entonces llega el nihilismo pasivo, puramente contemplativo y derrotista. “Cuando este sentimiento afecta al pueblo revolucionario, estamos perdidos”.

Causas que pueden frustrar los proyectos revolucionarios son el incremento de la infraestructura en los movimientos sociales y, en consecuencia, el miedo a la pérdida. Constatada esta realidad, en la Federación Anarquista de Gran Canaria se reúnen en el campo, “como si fuéramos pastores o bandoleros”, destaca Ruyman Rodríguez. En la “Comunidad Esperanza” y en los movimientos sociales puede advertirse, también, una necesidad de movimiento y tensión permanente para evitar el anquilosamiento. Así, la comunidad ha crecido y mantenido el pulso cuando ha tenido que soportar la presión municipal o se ha movilizado para frenar otros desahucios. La última reflexión viene provocada por el ajuste entre metas y logros. La distopía fascista se basa en entelequias, como la grandeza de la patria o la gran misión de la cristiandad; sin embargo, la utopía anarquista se fundamenta en realidades tangibles y constatables: tres comidas al día, techo y libertad.

El historiador Josep Quevedo se ha dedicado durante años a la investigación de la guerra de 1936 y el anarcosindicalismo. Ingresó en las Juventudes Libertarias en 1972, y cuatro años después en la CNT. Ha calculado, desde la mexicana de 1910, unas 50 revoluciones que de un modo u otro se han denominado “proletarias”; pero todas fracasaron menos una, la de 1936 en el estado español. Hasta alcanzar ese hito, considera que hay un siglo de aprendizaje acumulado, si se considera que en 1838 se constituyó en Cataluña el primer sindicato, de carácter autónomo y del sector textil. “Pensar que el sujeto de la revolución pueden ser el partido o el ejército es una quimera”, afirma; “para los anarcosindicalistas el actor fundamental es el sindicato”. Uno de los puntos que más discusiones ha avivado es el de la violencia. Tras 17 años de investigación en la comarca de La Cerdanya (Girona), sostiene que de los 269 asesinatos atribuidos a la CNT, 240 corresponden realmente a muertes por disputas familiares, domésticas o de lindes, entre otras. “No podemos caer en los discursos de nacionalcatólicos y comunistas que achacan la violencia al anarcosindicalismo”.

Tampoco ha resultado menor la polémica historiográfica sobre la entrada de cuatro ministros anarquistas en el gobierno de la II República, en noviembre de 1936: Juan García Oliver (Justicia), Federica Montseny (Sanidad), Juan Peiró (Industria) y Juan López (Comercio). Frente a las críticas en torno a las posibles contradicciones ideológicas, Josep Quevedo defiende que la CNT no perpetró la toma del poder, ni se presentó a las elecciones. Además, “nunca se dejó de estar en el frente revolucionario”: de los miles de milicianos que se dirigieron al frente de Aragón, la mayoría pertenecían a la organización confederal; resalta la oposición al franquismo de los anarquistas, por ejemplo en el periodo 1946-1952. ¿Por qué fracasan las revoluciones? El historiador afirma que en 1936 la acción revolucionaria funcionó porque existía una sociedad paralela. “¿Nosotros la tenemos, disponemos de bolsas de trabajo o escuelas de formación?”, se pregunta. “¿Se afilian a nuestras organizaciones los precarios y los manteros?” “Sí que se hacía en los años 30, pero no hoy”. “Funcionamos más como un sindicato de la aristocracia obrera, que de tipo anarcosindicalista”, remata.

Enric Llopis