La historia de 200.000 personas que no debían morir.

El historiador Paul

Preston.

El hispanista Paul Preston reconstruye el relato de la

represión en la Guerra Civil y en la posguerra.

Este libro ha supuesto un inmenso coste emocional para mí.

Descubrir los horrores que se cometieron en ambas zonas, esa inhumanidad que hemos visto en otras guerras civiles, me causó

mucha rabia».
Escribir puede hacer daño, hasta hacer llorar sobre el papel, y Paul Preston lo

sabe. En su nuevo libro, El holocausto español (Debate), regresa a la Guerra Civil española para mirar donde más duele: los

inocentes. Como él mismo dice, «los que murieron, pero que no tenían que haber muerto».
 

Fueron 200.000, entre ellos muchos niños y mujeres, los que perdieron la vida lejos del frente de

batalla durante el conflicto español. Franco y sus lugartenientes actuaron con rapidez y habilidad para tapar sus estragos

represivos durante y después de la guerra y sólo sacaron a la luz los episodios de violencia cometidos por los republicanos.

Elevaron a los altares a sus víctimas y condenaron al olvido a los muertos del otro bando, cuyos restos se encuentran,

todavía a día de hoy, repartidos por cunetas, zanjas y fosas comunes de todo el territorio español.

«Hay quien

dice que mirar al pasado es malo, que no hay que remover las cenizas. Yo creo que todo país tiene que volver sobre su

Historia para conocerla. Hay mucha gente que no sabe dónde están enterrados sus familiares y tienen derecho a saberlo»,

explicó ayer Preston. El objetivo de su libro, dice, «es poner un grano de arena a la reconciliación. Fue una tragedia para

todos, no hay que convertirla en un arma política ni promover venganzas, sino conocer la verdad y el pasado».
Censura

militar

La represión de las tropas rebeldes fue mayor (según las cifras «aproximadas» de Preston, unos 150.000 por

50.000 de la zona republicana), pero supieron ocultarla, principalmente a los ojos de la prensa internacional. Ayudó el hecho

de que se diera en zonas principalmente rurales, mientras que la violencia de los republicanos se produjo sobre todo en

Madrid y Barcelona.

Asimismo, los sublevados se regían por estrictos códigos militares, con lo que les era más

fácil controlar la información en comparación con la zona republicana, que era una democracia con las libertades asociadas a

ella. «La censura en el bando republicano era menor. Los diplomáticos en esta zona podían decir cosas que sus homólogos en

territorio de los rebeldes no podían decir», sostiene Preston. En Sevilla, por ejemplo, un cónsul británico calificaba a los

militares de «verdaderos caballeros» mientras la represión en la calle era feroz.

Preston habla en el libro de dos

tipos de represión: la franquista fue institucionalizada, la republicana fue espontánea. «Hay documentos preparados por el

general Mola donde decía de forma muy específica a quién había que fusilar. No había afán de reconciliación», afirma el

autor.

Lo demuestra en el libro con numerosos ejemplos, como una declaración radiofónica del general Mola que

evidenciaba su predilección por un lenguaje que no llamara a engaños: «Yo podría aprovechar nuestras circunstancias

favorables para ofrecer una transacción a los enemigos; pero no quiero.Quiero derrotarlos para imponerles mi voluntad, […]

y para aniquilarlos».

Lo crean o no, en el libro hay personajes todavía más delirantes, como el capitán Aguilera,

un militar digno de un cuento de ficción. El tal Aguilera decía que este tipo de guerras debían hacerse periódicamente para

diezmar a la clase obrera, ya que las plagas que antes utilizaba Dios para tal fin ya no funcionaban. Para cerrar el círculo

ideológico, necesitaba la colaboración de los liberales, enemigos acérrimos de todo régimen dictatorial que se precie. Según

él, «unos locos liberales» habían inventado un sistema de alcantarillado eficiente en las ciudades, lo que impedía que Dios

se cepillara a una buena porción de la masa trabajadora provocando epidemias.

Sacar todo el veneno

Preston cree que la fractura ideológica que impidió la reconciliación es una de las peculiaridades del conflicto español,

lo que lo hace muy diferente a, por ejemplo, la guerra civil americana. «Los franquistas veían España como un cuerpo donde se

había incrustado una especie de veneno en forma de comunismo, anarquismo, liberalismo… Había que sacar ese veneno

exterminando físicamente a esas personas», dice el historiador.

En su compromiso con la equidistancia, Preston

recoge los actos de violencia en la retaguardia tanto en la zona de los franquistas como en la de los republicanos. El libro

incluye un capítulo especial para los fusilamientos de Paracuellos, a los que se vinculó a Santiago Carrillo, consejero de

Orden Público en aquel momento. «Yo no digo que fuera responsable de todo, pero está claro que sí sabía algo», responde

Preston.

No es habitual escuchar la palabra holocausto referida a la Guerra Civil española. Sin embargo, el

historiador británico la elige para titular su libro porque «sirve para describir el sufrimiento de cientos de miles de

inocentes. El término ha sido monopolizado por la barbarie nazi, pero en este caso también se puede hablar de holocausto».

Entre las 900 páginas de El holocausto español abundan las historias, unas anónimas y otras de personajes conocidos.

Como la de Amparo Barayón, la mujer de Ramón J. Sender, asesinada en Zamora por denunciar la muerte de su hermano. Otra

persona que no debía morir.

Publicado en Publico.