Francia: La clase obrera entra en acción

Es trascendental lo que ocurre en Francia. Si ganan, podemos compartir una victoria insólita en una época marcada por la vuelta a la servidumbre. Si pierden, habrá que aprender para poder salir de esto.

Por Thomas PikettyPhilippe Martínez y Gregorio Morán

Thomas Piketty
Mientras las tensiones sociales amenazan con bloquear el país y el gobierno sigue negándose al diálogo y la negociación, su propuesta de legislación laboral se revela cada vez más como lo que es: una metedura de pata terrible, uno más de un periodo presidencial perdido, y tal vez el más grave.  El gobierno nos quiere hacer creer que paga el precio por ser reformador, y que tiene que luchar solo contra el conservadurismo.  La verdad es muy diferente: en este tema, como en otros antes, quienes ostentan el poder multiplican sus improvisaciones, mentiras y chapuzas.Lo hemos visto ya en el caso de la competitividad.  El gobierno comenzó suprimiendo – erróneamente – las contribuciones de los empleadores decididas por el gobierno anterior, antes de poner en marcha un increíble mecanismo para reembolsar a las empresas en forma de rebajas fiscales la parte que las empresas habían contribuido el año pasado,  con una gran pérdida de credibilidad relacionada con la falta de legibilidad y durabilidad del dispositivo.  Por el contrario, habría que haber puesto en marcha una ambiciosa reforma de la financiación de la seguridad social.Falta de preparación y cinismoCon la ley de trabajo nos enfrentamos a la misma mezcla de falta de preparación y de cinismo.  Mientras que el desempleo ha aumentado de manera constante desde el año 2008, con un medio millón de parados más (2,1 millones de solicitantes de empleo Clase A a mediados de 2008, 2,8 millones a mediados de 2012,  3,5 millones a mediados de 2016), no se debe a que la legislación laboral de repente se ha vuelto más rígida.  Es porque Francia y la zona euro han causado por la excesiva austeridad una recaída absurda de la actividad en 2011-2013 , por debajo de Estados Unidos y del resto del mundo, convirtiendo así una crisis financiera llegada del otro lado del Atlántico en una larga recesión europea.  Si el gobierno comenzara por admitir sus errores, y sobre todo saca las lecciones necesarias para una reforma democrática en la zona del euro y des sus criterios presupuestarios, sería mucho más fácil hacer los debates imprescindibles para llevar a cabo las reformas que necesita Francia.

Es particularmente lamentable que el derecho del trabajo tenga que ser debatido.  El creciente uso de los contratos de duración determinada (CDD) por las empresas francesas nunca ha reducido el desempleo.  Ya es hora de adoptar un sistema de bonus-malus que permita poner coto a los empleadores que abusan de la precariedad y del desempleo.  De manera más general, hay que restringir el uso de los CDD a los casos que realmente se justifiquen y hacer de los CDI la norma para las nuevas contrataciones, teniendo como contrapartida una aclaración de las condiciones de ruptura del contrato, que a menudo incluyen demasiadas incertidumbres tanto para empleados como para empleadores.  Hay condiciones para una reforma equilibrada, basada en la negociación; pero por desgracia, el gobierno ha sido incapaz de proponerla al país.

El debate se centra ahora en el artículo 2 de la Ley del Trabajo, que tiene como objeto convertir los convenios de empresa en la norma habitual, con la posibilidad de desviarse tanto de los acuerdos sectoriales como de la legislación nacional, en particular en lo que respecta a la organización de  las horas de trabajo y el pago de horas extras.  El asunto es complejo y no se presta a respuestas simples, como muestra también el volumen del proyecto de ley (588 páginas para todo el proyecto, incluyendo 50 páginas para el art. 2).  Obviamente, algunas decisiones muy específicas sobre las pausas y los horarios solo pueden ser tomadas a nivel de empresa.  Por el contrario, hay otras, más estructurales, tienen que decidirse a nivel nacional, porque de lo contrario la competencia generalizada entre las empresas podría conducir al dumping social.  Por ejemplo, los países que no tienen una legislación nacional ambiciosa sobre las vacaciones pagadas tienden a tomar muy pocas vacaciones, a pesar del crecimiento histórico de los salarios, lo que puede ser colectivamente absurdo.

El espejismo de unos convenios de empresa equilibrados

Sobre la cuestión de los acuerdos de empresa, algunos pensaban que su crecimiento en Alemania en la década del 2000 fue una de las claves del éxito actual del modelo alemán (véase por ejemplo este estudio).  El debate está abierto, y es legítimo.  Pero hay que hacer hincapié en dos puntos.  En primer lugar, hay que recordar que el buen comportamiento del empleo en Alemania se explica en parte por el nivel inusualmente alto de su superávit comercial, más de 8% del PIB como media en los últimos 5 años.  En otras palabras, cada vez que Alemania produce 100 euros de bienes o equipos, el país solo consume e invierte 92 euros en Alemania.  Para el registro, simplemente no hay ningún ejemplo histórico de una economía de este tamaño con un superávit comercial tan importante y duradero.

Es cierto que esto se explica en parte por los puntos fuertes del modelo industrial y social alemán, incluyendo su excelente integración en los nuevos circuitos de producción de Europa central y oriental tras la ampliación europea en la década del 2000, pero es también debido a la excesiva moderación salarial, que probablemente se ve agravada por el aumento de los acuerdos de empresa y la competencia generalizada entre los centros de producción, lo que en última instancia significa hacerse con parte de la actividad económica de los vecinos.  Si se pretendiera extender tal estrategia a toda Europa, por definición estaría condenada al fracaso: nadie en el mundo podría absorber ese superávit comercial.  Eso agravaría la tendencia actual, que conduce directamente a nuestro continente un régimen de bajo crecimiento, deflación de los salarios y alto endeudamiento.

A continuación, y lo más importante, uno de los puntos fuertes del modelo alemán son sus sindicatos fuertes y representativos.  Dada la debilidad de los sindicatos franceses y de su implantación, parece ilusorio pretender desarrollar acuerdos equilibrados a nivel de empresa.  En estas circunstancias, sería mejor volver a escribir el artículo 2, con el fin de favorecer los acuerdos sectoriales, que teniendo en cuenta la realidad actual del sindicalismo francés es el nivel más pertinente y más prometedor.  Como han mostrado los trabajos de Thomas Breda , los delegados sindicales están prácticamente ausentes de la mayoría de las empresas francesas, no sólo de las más pequeñas, sino también de las medianas, en parte debido a la discriminación salarial de las que son objeto.  Aquí nos encontramos con una cultura de la conflictividad muy apreciada por muchos empresarios franceses, como acaba de ilustrar el jefe de la patronal Medef con sus insultos estúpidos a la CGT.  En el norte de Europa, hace décadas que los representantes de los sindicatos desempeñan un papel importante en los consejos de administración  (un tercio de los puestos en Suecia, la mitad en Alemania), y las empresas han aprendido a utilizar en su favor la mayor implicación de los trabajadores en sus estrategias corporativas.  Este modelo de cogestión, inventado después de la Segunda Guerra Mundial, podría mejorarse aún más en el futuro; por ejemplo, permitiendo a los empleados votar en las juntas generales de accionistas, que se convertirían en asambleas mixtas, lo que permitiría nombrar a administradores capaces de representar proyectos de desarrollo apoyados por ambas partes.  Pero Francia se encuentra todavía en su infancia en la etapa de la negociación social y la democracia económica.

Pasar por alto las elecciones sindicales

De manera más general, la principal debilidad de la ley de trabajo es no tomar suficientemente en cuenta la debilidad de los sindicatos franceses, y cómo resolverlos.  Peor aún: la ley de trabajo contiene disposiciones que podrían debilitar aún más a los sindicatos y sus delegados.  Esto es particularmente cierto cuando se trata de los referendos de empresa previstos en el artículo 10. El objetivo es permitir a los empleadores convocar un referéndum – y en condiciones que a menudo se asemejan a un chantaje – sobre  acuerdos que habrían sido rechazados por sindicatos que representan hasta el 70% de los empleados de la compañía en las últimas elecciones sindicales en la empresa. Se entiende que a la CFDT le pueda convenir en algunos casos particulares: con un 30% de los votos se puede pasar por alto a los otros sindicatos, especialmente a la CGT, y negociar un acuerdo directamente con el empleador. Sin embargo, esta manera de pasarse por alto las elecciones sindicales – que tienen lugar cada cuatro años – es dar marcha atrás en relación a los tímidos avances democráticos que han supuesto las recientes reformas de la representación sindical en 2004-2008, y que por primera vez dan a los sindicatos con el 50% de los votos el papel decisivo en la firma de acuerdos de empresa (mientras que el sistema anterior permitía que cada uno de los cinco sindicatos históricos de 1945 pudiese firmar acuerdos, independientemente de su representación en la empresa, lo que no tuvo apenas éxito dado el modelo social francés). Todos los ejemplos extranjeros lo demuestran: la democracia económica tiene necesidad de entidades intermedias. No se conseguirá sacar a Francia de la crisis poniendo en contra y frustrando a la mayor parte de los sindicatos y el cuerpo social del país.

http://piketty.blog.lemonde.fr/2016/06/02/loi-travail-un-effroyable-gachis/

“La puerta está abierta, pero no se puede entrar”. Entrevista

Philippe Martínez

Philippe Martínez, secretario general de la CGT, el mayor sindicato de la República francesa,  acusó el miércoles 1 de junio al gobierno de negarse a diálogar sobre el proyecto de ley El Khomri “el gobierno dice: “El diálogo es posible, mi puerta está abierta … “Por ahora, está abierta, pero no podemos entrar , esa es la realidad”, contra-ataca el líder de la CGT , invitado al programa “Questions d’info” de Françoise Fressoz, en la cadena LCP, en colaboración con Le Monde.

El martes, la Ministra de Trabajo , Myriam El Khomri, ha denunciado “la política de la silla vacía” de la CGT , instándola a hacer “propuestas”.  El líder de la CGT recordó que recientemente firmó con el sindicato Force Ouvrier (FO) una carta al Presidente de la República, para pedir audiencia.  “Sé que François Hollande está muy ocupado, hace muchos viajes, pero no tenemos ninguna respuesta”, lamentó, al tiempo que reafirma que “todavía hay tiempo para hablar”.

Desde la noche del lunes, se ha producido un cambio significativo en la CGT: Philippe Martínez ya no pone como precondición la retirada del proyecto de ley; pero el martes, el primer ministro, Manuel Valls , ha sido muy firme, recordando que no había manera de que el gobierno retirase el artículo 2 que trata de las negociaciones en las empresas y que cristaliza las tensiones.

A nueve días de la Eurocopa de fútbol , Los trabajadores de SNCF han votado una huelga indefinida.  Philippe Martínez se defiende de las acusaciones de querer perturbar la competición.  “No se trata de bloquear la Eurocopa”, asegura, volviendo a colocar la pelota en el tejado de Manuel Valls: “Si el gobierno mañana dice “discutimos “, no hay más huelgas.  Que cada uno asuma su responsabilidad “.

El dirigente sindical ha reaccionado enérgicamente una vez más en relación con Pierre Gattaz, jefe de la patronal Medef, que llamó “terroristas” a los militantes de la CGT.  “Terrorista, en este país, en la situación actual, con el año que acabamos de vivir , es un insulto”, se indigna.  Por la mañana, Pierre Gattaz vuelve a explicar la utilización de este término, condenada por el gobierno y la CFDT.  “Esta palabra ha sido mal interpretada y puede sorprender , especialmente a aquellos que han sido afectados por los recientes acontecimientos que han devastado nuestro país”, afirma el presidente de MEDEF en un comunicado, y agrega: “Los métodos de matones utilizados por la CGT debe terminar”.

A los socialistas que reprochan a la CGT favorecer a la derecha al enfrentarse al proyecto de ley, Martínez responde: “Siempre es fácil tirar la pelota al jardín del vecino”, y se burla de la “vieja historia” de “socorro, que viene la derecha”.  Dice que la CGT estará presente este fin de semana en el Congreso del PCF, a invitación de este último.

Bloquear a FN, única consigna de voto de la CGT

Martinez se defiende también de la acusación de haber abierto una guerra contra Francois Hollande, y añade que “a título personal,” la única consigna de voto que dará en 2017 será “para bloquear el Frente Nacional”.  “Tenemos que hablar de ello en la organización, pero yo, personalmente, me gustaría que fuera está la consigna de voto “.

El líder de la CGT da la bienvenida a la iniciativa de Anne Hidalgo, alcaldesa de París , que ha instalado en el norte de la capital un campamento de acogida para los inmigrantes. “La inmigración siempre ha sido un activo para nuestro país.  Así que hay que seguir en esa lógica, con este enfoque”, añade.

Por el contrario, bromea sobre el ministro de Economía, Emmanuel Macron, que, según Le canard enchainé y Médiapart, se vería obligado a pagar con carácter retroactivo la ISF, después de una revalorización de su patrimonio. “Si la información es verdadera, es grave, porque es alguien que da lecciones a todo el mundo . Cuando se es ministro, hay que ser humildes e interesarse por la vida real “, agrega.

Le Monde, 6 de junio de 2016

Lecciones de Francia

Gregorio Morán

Estamos viviendo uno de los fe­nómenos sociales y políticos más importantes de los últimos años: la situación en Francia, atenuada desde hace dos días por las inundaciones. Confieso que echo en falta más artículos de nuestro irónico corresponsal Rafael Poch. Serían de agradecer para contrarrestar los lugares comunes de la prensa conven­cional.

En Francia se confrontan dos concepciones, de cuyo resultado nosotros seremos de los primeros en sentirlo. Primero, porque ya estamos en ello, y luego porque la derrota aceleraría nuestra decadencia. En claro; un gobierno con el marchamo socialdemócrata asume a trompicones la política que exige “la patronal” –no sé si el término ha sido arrumbado de nuestro lenguaje cosmopolita–, pero que se mueve en las mismas coordenadas que se crearon a comienzos del siglo XIX y la acumulación de riqueza y capital. Muy sencillo. Hay que sacar al Estado de todos aquellos centros económicos y sociales donde, tras correr mucha sangre, se consiguió hacerle garante de una legislación que no fuera aristocrática y reaccionaria, tan sólo burguesa. Ahora les parece poco.

Segunda tarea. Hay que liquidar los sindicatos como organizaciones y reducirlos, en el mejor de los casos, a unos representantes limitados a las empresas. Lo más inquietante de la reforma francesa está en eliminar lo general, es decir, las clases sociales reivindicativas para reducirlas a los empleados de empresas privadas. No hace falta ser un genio de la sociología para destacar que es el final del sindicalismo francés, entendido como una fuerza de defensa y presión del conjunto de la clase trabajadora.

No han tenido bastante con la erosión permanente de las clases medias –en España se calcula la bajada social en tres millones de familias y sigue el jijijijajaja– para ahora liquidar los restos de la historia obrera. Hacerlos empleados de empresas, negar su carácter de colectividad. Y como siempre ha ocurrido en la historia, desde Alemania hasta España, pasando por Francia, esa es una tarea que debe encomendarse a la socialdemocracia. La derecha no se atrevería a hacerlo, salvo en países donde la tradición sindical se destruyó, como aquí, en los años postreros del PSOE.

Pero en Francia hay elementos que dificultan la impunidad del poder y las presiones patronales –bastaría recurrir a su historia–. Lo primero es una sociedad civil que ejerce, sin castrar. Ya se han recogido 5.500 firmas de notables –publicadas en el diario Libération (¡dónde podrían aparecer aquí!)– exigiendo que los grandes salarios no pueden pasar de 1,75 millones de euros anuales, que no está mal, pero que son una nadería con lo que están ganando los ejecutivos de esas empresas que consideran que el mayor problema es tener trabajadores fijos y atenerse a las condiciones que impone la legislación estatal. (El caso de Carlos Ghosn, líder de Renault –participada por el Estado–, es que alcanza los 16 millones anuales y que le importa una higa lo que puedan decir los consejos de administración, porque no son vinculantes).

Ocho premios Nobel galos y una medalla Fields (¿cuántos tenemos nosotros?) han exigido que se mantengan los programas de investigación, y ese Gobierno implacable de un Hollande desnortado y un Valls implacable en su ambición de llegar a la presidencia, han tenido que pensárselo. Primera medida, subir los sueldos de los profesores. En Francia tienen un peso que nosotros ni podemos soñar, y que tampoco hicieron aquí nada por ganárselo, el desdén social por la enseñanza de alto o bajo grado viene de lejos y en muchos casos justifica esa obsesión por garrapiñar los departamentos docentes. La quiebra de la enseñanza en España es una pandemia en la que se mezcla la zafiedad de una sociedad descerebrada con el desánimo de los profesionales. La enseñanza media está en precario y la universidad en quiebra.

En Francia viven algo insólito para nuestros parámetros. El sindicalismo no ha muerto. Y gracias a eso ha aparecido un líder, Philippe Martínez, técnico de la Renault de Billancourt, la leyenda de antaño en la lucha obrera, un tipo audaz y con capacidad política, parece ser que oratoria ninguna, pero que ha arrastrado tras él a un movimiento que no le hace ascos a nada porque conoce la pelea. Es el primer secretario de la CGT, el mayor sindicato aunque muy capitidisminuido –alcanzó cinco millones de afiliados y ahora no llega al millón–, que no milita en el Partido Comunista; lo dejó en el 2002. (Tiene su aquel que la lucha enfrente a dos hombres de procedencia española, con una aspirante muy bien colocada en esta pelea de machos: Hidalgo, alcaldesa de París. Tanto Valls, el primer ministro, como Martínez, de familia exiliada y nacido en el norte de África, como la alcaldesa Hidalgo pertenecen a aquella generación de padres españoles que tuvieron que salir de la canallesca y agobiante España del franquismo. Bastaría la ruinosa experiencia del pintor Xavier Valls, padre del político, en aquella Barcelona franquista, timorata y meapilas de los años cincuenta).

Cuando, el pasado 21 de mayo, Philippe Martínez, líder de la CGT, agarró un neumático y asumiendo su papel de dirigente hizo lo que los demás no creían que iba a hacer, echarlo para que ardiera y bloquear la refinería de Haulchin, se ganó los galones del valor y de la coherencia. Las cosas son así, esas peleas no se ganan en los despachos; porque los valores no son supuestos, como en el ejército. En el sindicalismo se demuestran.

Otra lección francesa es la cautela ante las huelgas generales, que ya se sabe dan mucho rebomborio mediático y escasa influencia en el adversario. Siete sindicatos en pie de guerra, desde los transportes públicos de París hasta las centrales nucleares –19 en Francia–, bloqueo de refinerías… Pero con otro rasgo significativo, el apoyo de la población a los huelguistas se mantiene en un 50 por ciento, según estimaciones que no tienden a la benevolencia. (Aquí, cuando hay una huelga, es raro que los medios informen a la ciudadanía, y como venimos de donde venimos, es decir, de una insolidaridad y una falta de entendederas de nuestra situación precaria en un mercado que nos vuelve a siglos pasados, el personal se subleva. Lo normal es que cargue contra los huelguistas y nunca contra la empresa que los provoca. Esa frase terrible que suele escucharse en las huelgas que afectan al común, “¡Yo soy un trabajador y me están jodiendo con estas gilipolleces!”. Procedemos de donde es sabido y nadie entiende una protesta que no sea la propia. Los demás le joden, porque llega tarde a trabajar).

Ese es otro signo. La ausencia de conciencia de que nosotros somos griegos habiendo trabajado como alemanes, y que no debemos nada a nadie. Y que si hubiera alguna duda que se lo pregunten a aquellos que esquilmaron el Estado. ¿Fuimos nosotros, ahora que hemos pasado casi todos de trabajadores a autónomos, es decir, a pequeños empresarios, ricos y sin patrimonio? ¿Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades? Que se lo pregunten al PP, al PSOE, pero si hay un delito que cometimos es el de la cretinización. La gente crédula seguía pensando que algún brujo bancario, profeta y extorsionador, nos había explicado cómo podías sentirte rico siendo más pobre que antes.

Por eso es trascendental lo que ocurre en Francia. Si ganan, podemos compartir una victoria insólita en una época marcada por la vuelta a la servidumbre. Si pierden, habrá que aprender para poder salir de esto. Eso sí, todos nos insistirán en que Mariano Rajoy no miente, sencillamente engaña. Al menos en Francia pelean cuerpo a cuerpo sobre algo que es trascendental: si se elimina el papel del Estado, por más corrupto que sea el nuestro, habremos per­dido un recurso. Igual que perdimos los sindicatos porque supieron alquilarlos a tiempo parcial.

La Vanguardia, 4 de junio 2016

(1971) es director de estudios de la EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales) y profesor asociado de la Escuela de Economía de París, además de autor de reciente y fulgurante celebridad por su libro El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, 2014).
Secretario General de la CGT, el mayor sindicato de la República francesa.
Columnista habitual en el diario barcelonés La Vanguardia y amigo desde el principio del proyecto SinPermiso, fue un resistente político en el clandestino Partido Comunista de España bajo el franquismo. Periodista de investigación e insobornable crítico cultural, ha escrito libros imprescindibles para entender el proceso que llevó en España de la dictadura franquista a la Segunda Restauración borbónica. Su último libro: El cura y los mandarines (Madrid: Akal, 2014).

Fuente:

Varias

Traducción:Enrique García