César Lorenzo Rubio, autor de «Carceles en llamas. El movimiento de presos sociales en la transición»

Terminada la dictadura parte de los presos políticos salieron a la calle. Pero otros muchos quedaron dentro así como una gran cantidad de presos sociales (o comunes) que comenzaron a reivindicar sus derechos al amparo de la petición de amplias libertades que el pueblo reclamaba. A través de asociaciones como la Coordinadora de presos españoles en lucha (Copel) se intentó articular un movimiento amplio que abarcarse esas reivindicaciones. César Lorenzo nos acerca a esa historia hoy apenas conocida.

César Lorenzo, autor del libro

Cesar Lorenzo Rubio (Barcelona, 1978) es doctor en historia por la Universidad de Barcelona. Cárceles en llamas. El movimiento de presos sociales en la transición es el libro de su tesis doctoral. Especializado en cuestiones penitenciarias ha colaborado en la obra El siglo de los castigos. Prisión y formas carcelarias en la España del siglo XX, junto a varias artículos sobre los mismos temas.

¿Por qué un libro sobre los presos sociales en la Transición?

¿Por qué no antes? Durante tres décadas este tema ha quedado completamente olvidado y creo que le sobra entidad como para merecer un estudio en profundidad. Unos años atrás hubo un pequeño “boom” sobre las prisiones franquistas, pero la práctica totalidad de aquellas obras se centraban en los presos políticos de los años cuarenta. ¿Qué sucedió después? ¿Cómo evolucionaron las prisiones de Franco hasta convertirse en las prisiones de la democracia? Esa es la pregunta inicial que da pie al libro, y para responderla hay que explicar el papel central que tuvo el movimiento de presos sociales a finales de los años setenta y principios de los ochenta.

Últimamente están saliendo a la luz numerosos trabajos críticos del proceso denominado “Transición”. ¿Enmarcarías tu investigación dentro de este grupo?

Sin duda el libro está influenciado por otras obras críticas con el proceso, y si puede ayudar a reforzar esta visión, aportando nuevos argumentos, tanto mejor. Pero no es algo exclusivo de las Ciencias Sociales; a nivel de calle también se están cuestionando dogmas que hasta hace unos años parecían intocables. La cultura de la Transición (CT), como la ha llamado Guillem Martínez, se ha resquebrajado, y por sus grietas escapan las contradicciones y las miserias que el consenso, el miedo, o la autosatisfacción hacia un pasado que muchos consideraban idílico, habían ocultado. Las cárceles son uno de esos lugares incómodos que preferiríamos ignorar, pero una revisión de la Transición y de su legado debe cuestionarse el modelo sin dilación.

Has trabajado e investigado todo lo relativo al sistema penitenciario en aquellos años. ¿Hubo ruptura con el franquismo o el sistema penitenciario fue una mera continuación remozada del régimen franquista?

Hubo una reforma legal relativamente rápida y de considerables proporciones: si se compara el reglamento de prisiones franquista y ley penitenciaria de 1979, las diferencias son notables. Pero esta reforma no estuvo acompañada de los medios para ponerla en práctica y por ello quedó, en la mayoría de ámbitos, reducida a una declaración de intenciones. Todavía hoy, algunas de las mejoras que se introdujeron hace 35 años no se cumplen. Además, fue una reforma incompleta, porque se legisló la vida en prisión pero el Código Penal sólo se reformó de forma muy parcial, hasta que en 1995 se aprobó el llamado Código de la democracia. Y éste, paradójicamente, era más duro en cuanto al cumplimiento de penas que el anterior de época franquista. Y, por supuesto, tampoco hubo depuración de funcionarios. En definitiva, hubo ruptura legal en algunos aspectos, pero no real, en la mayoría; y en todo caso, se mantuvieron intactos los principios universales del encierro carcelario: la segregación del individuo de la sociedad, la opacidad informativa de lo que sucede dentro, el premio-castigo como sistema de regulación de la vida entre rejas, etc.

¿Cómo se podría definir la COPEL?

La Coordinadora de Presos en Lucha (Copel) fue el intento de agruparse de los presos sociales (los encarcelados por delitos de Derecho común) para reivindicar su posición tras las amnistías para presos políticos. Al ver que estas medidas no les beneficiaban, a finales de 1976 un grupo de presos de Carabanchel decidió crear una asociación de reclusos para defender sus derechos: la libertad para todos los encarcelados y una reforma drástica y radical del sistema penal y penitenciario.

¿Qué significó la Copel para la lucha de los presos en aquellos años?

A pesar de que no fue una organización en sentido estricto (debido a la imposibilidad de estructurarla por los condicionantes a la comunicación), sus siglas y reivindicaciones se difundieron a la mayoría de prisiones, y su nombre está indisolublemente asociado a las protestas carcelarias de la Transición. Fueron apenas dos años, pero muy convulsos, en los que la Copel se convirtió en la portavoz de los presos sociales en su lucha contra la perpetuación del sistema penitenciario franquista. En sus momentos finales, cuando sus líderes estaban sometidos a un severo aislamiento y se había perdido toda esperanza de lograr la libertad, se acusó a la Copel de mafia al servicio de intereses particulares, y probablemente hubo algunos episodios de abusos e instrumentalización. Pero esos casos u otras contradicciones internas, no pueden hacernos obviar el mayor episodio de movilización colectiva entre rejas de la historia.

Aunque se habla de presos sociales muchos de ellos tenían un claro componente político en sus reivindicaciones. ¿En que manera pudieron influir los presos políticos en esa politización?

Durante los años finales de la dictadura los presos sociales habían convivido junto a militantes antifranquistas de todo tipo, y aunque las relaciones no eran demasiado fluidas, debido a la disparidad de perfiles entre un colectivo y otro, los presos sociales aprendieron mucho gracias a este contacto. De ellos observaron los métodos de organización (vida en comunas) y protesta (redacción de informes y cartas a la prensa, huelgas de hambre…); la vinculación con los grupos de apoyo en el exterior y, sobre todo, se dotaron de un lenguaje con una fuerte carga ideológica, que presentaba su lucha contra la cárcel dentro de la propuesta de ruptura democrática con el pasado. La politización que se daba en las calles también penetraba en las prisiones, y los presos sociales, a pesar de no militar en ninguna organización, no eran ajenos a ese clima de reivindicación a favor de la amnistía y las libertades.

Tiene alguna similitud la lucha de los presos en los años 70 y 80 con la que habían desarrollado en los años 20 y 30?

En los años 20 y 30 la represión al movimiento obrero, especialmente de signo anarquista, provocó que el conflicto social que se vivía en las calles se prolongase al interior de las cárceles. Y durante la II República se produjeron importantes protestas de presos comunes (o sociales) en demanda de libertad tras las amnistías para presos políticos. En este sentido, el paralelismo con los años setenta no son descabellados. Pero medio siglo después, se consiguió articular un discurso unitario y una coordinación –aunque precaria– que en los años treinta nunca se logró al mismo nivel.

¿Con que ideologías se sentía más vinculada organizaciones como la Copel o los presos sociales?

Fue especialmente notable la influencia y el apoyo del movimiento libertario, en línea con la histórica oposición a las prisiones de esta corriente de pensamiento. En la calle, la CNT y la gente que se movía a su alrededor constituyeron uno de los puntales del apoyo extramuros a los presos sociales, y de cancelas para dentro, no pocos militantes ácratas detenidos por distintas causas apoyaron las reivindicaciones de Copel.

¿Como Agustín Rueda? ¿Qué significó su muerte para la lucha de los presos y para la Copel?

Rueda era un joven libertario que fue detenido por participar de las acciones de los grupos autónomos que operaban en el sur de Francia. Desde su ingreso en prisión se posicionó a favor de las demandas de los presos sociales y participó junto a éstos en algunas acciones de protesta. En marzo de 1978, en Carabanchel, lo descubrieron cavando un túnel y por ello fue salvajemente torturado hasta que murió sin recibir la debida atención médica. Su muerte, que intentó ocultarse por parte de la Administración, se convirtió en todo un símbolo del estado de dejadez de las prisiones y la demostración incontestable del abuso de la mano dura entre rejas. Tanto la Copel como el movimiento libertario hicieron suya la pérdida e intentaron denunciar el hostigamiento que padecían, pero fue en vano.

¿Qué acciones hacían estos presos?

El repertorio de protestas empezó de forma pacífica, a base de sentadas o plantes en los patios y el envío de centenares de instancias dirigidas al Rey reclamando un indulto o una amnistía. Pero ante la falta de respuesta positiva y la dureza de los métodos empleados para lograr su desmovilización, también aumentó su grado de violencia. En este contexto se han de entender las ocupaciones de los tejados, el envío de manifiestos, las autolesiones colectivas (cortes en los antebrazos, ingestión de objetos metálicos…), las huelgas de hambre y, también, los motines en los que la destrucción de las celdas y los incendios no eran extraños. Los presos recurrieron a todo para dar a conocer su situación en el exterior.

¿Qué apoyos recibían desde fuera de los recintos penitenciarios?

En diversas ciudades se organizaron Comités de Apoyo a Copel: grupos, más bien informales, que editaban boletines y se manifestaban a las puertas de la prisión para mostrar su solidaridad. En estos colectivos, y otros como la Asociación de Familiares y Amigos de Presos y Ex Presos, se integraron abogados, trabajadores sociales y, en general, personas concienciadas sobre la situación de las prisiones y sus ocupantes. Ideológicamente predominaban las ideas libertarias, contrarias a todo tipo de instituciones de control (no sólo cárceles, también manicomios, cuarteles…), o de extrema izquierda, aunque hubo iniciativas reformistas –menos radicales que la Copel– más transversales. Numéricamente fueron pocos, pero jugaron un papel fundamental hacia el interior de los muros.

Háblanos un poco de la figura de Daniel Pont al frente de la COPEL

Pont era un joven preso por atraco que consiguió romper con el círculo vicioso de la marginalidad y dotarse de una fuerte conciencia sobre las circunstancias que lo habían llevado a prisión. Participó en la creación de la COPEL en Madrid y fue uno de sus miembros más destacados, lo que lo llevó a entrevistarse con el director general de Instituciones Penitenciarias en una visita de éste al penal de El Dueso. Fue uno de los pocos presos combativos que no acabó enganchado a las drogas, o muerto por disparos de la policía, a pesar de que se le intentó usar como cabeza de turco en un oscuro montaje policial años después.

¿Qué papel jugaron los directores generales de Instituciones Penitenciarias en el mantenimiento de las estructuras carcelarias? ¿Se hizo algo por modificarlas?

Los directores generales no eran más que la cabeza visible de una administración que había jugado un papel central en la represión durante la dictadura y que, salvo mínimos cambios, permanecía intacta. Por tanto, el nuevo talante democrático que pretendieron darle algunos de estos directores quedó muy diluido por la persistencia de una cultura del castigo, de raíz franquista, muy asentada. Las tímidas innovaciones en sentido aperturista que algunos propusieron, fueron rápidamente revocadas por las resistencias de los funcionarios a aplicarlas, así como por la negativa de los presos a rebajar sus demandas. Y junto a estas medidas liberalizadoras, también aplicaron otras destinadas a endurecer las condiciones de reclusión y evitar la proliferación de protestas.

Casi al final de la obra relatas como muchos presos se quejaban las diferencias de tratamiento a unos presos y otros. Para más detalle la benevolencia con la que se trataba a presos de la extrema derecha (como los asesinos de los abogados laboralistas de Atocha) o a los responsables del 23F. Algo que no era nuevo en la historia de España. ¿Puedes hablar brevemente de esto?

En 1979 diversos militantes de extrema derecha estaban recluidos en la cárcel de Ciudad Real, donde disfrutaban de un régimen enormemente laxo. Uno de los asesinos de la matanza de Atocha aprovechó esta libertad de movimientos para intentar escapar armado con un cuchillo de monte, y aunque no lo logró, retuvo durante horas al director de la prisión y a su familia, sin que se le aplicase apenas correctivo. Otro de los asesinos de los abogados laboralistas aprovechó un insólito permiso de Semana Santa para fugarse: primero a Perpignan y de allí al Chile de Pinochet. En este caso la Junta de Régimen de la prisión, con el beneplácito de la dirección general, informó favorablemente, y el juez de la Audiencia Nacional que antes había formado parte del Tribunal de Orden Público (TOP) franquista, lo autorizó, como ya había hecho antes con los acusados de los asesinatos de Montejurra. Estos hechos, y otros más, muestran la existencia de un doble rasero en el trato jurídico-penitenciario en función de la adscripción ideológica de los reclusos, y ponen de manifiesto la ausencia de depuración alguna de la magistratura o los aparatos de control del Estado.

¿Qué factores vieron a romper la lucha de los presos en la cárcel?

En primer lugar, el aislamiento de sus miembros más preparados y las restricciones a la comunicación, lo que provocó que en cada prisión los presos que se identificaban con la Copel actuaran por su cuenta, sin poder establecer tácticas comunes a otros cárceles. A ello se le unió la pérdida de toda posibilidad de excarcelación masiva, tras el fracaso de la propuesta de Ley de Indulto y la prohibición constitucional de indultos generales. Este hecho, junto a la implantación del tratamiento y la lógica punitivo-premial, o del palo y la zanahoria, que castigaba al que se revelaba y premiaba con permisos y progresión de grado al que obedecía, acabó por dar al traste con la unidad de acción. Y por último, aunque se trata de procesos de implantación paralelos y coetáneos en el tiempo, la extensión del consumo de drogas, particularmente heroína, que desmovilizó masivamente a los jóvenes (también en las calles) y en prisión enfrentó a los presos por el control de su venta.

¿Qué queda de la Copel hoy? ¿Existe en la actualidad algún grupo que luche por los derechos de los presos?

La Copel pertenece al pasado, sólo su recuerdo persiste entre las personas que vivieron el proceso más de cerca; para la mayoría, estas siglas carecen de significado. Desde entonces ha habido movilizaciones puntuales de presos entorno a demandas concretas (excarcelación de presos enfermos o con tres cuartas partes de la condena cumplida, abolición del régimen FIES, etc.), pero su alcance ha sido muy minoritario. Al margen de estos episodios, persiste la actividad –tal vez poco visible, pero fundamental– de diversas organizaciones que trabajan ofreciendo asesoramiento y denunciando los abusos del sistema penitenciario. Salhaketa, Madres contra la Droga, la Coordinadora de Barrios, Asociación PreSOS, Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía, o ASAPA, entre muchas otras, constituyen el movimiento social anticarcelario actual, que tiene muy poco que ver con aquel de hace tres décadas, porque tampoco la prisión de entonces y la de ahora, tienen mucho que ver.

Para finalizar ¿Cómo definirías la cárcel?

La cárcel es un vertedero humano. Un inmenso depósito donde aislar los que consideramos subproductos de un sistema económico injusto y excluyente: personas pobres, enfermas mentales, migrantes y adictas a las drogas, que nunca encontrarán entre rejas el tratamiento a sus carencias económicas, sanitarias, educativas, afectivas, o de cualquier otro tipo. En España, este depósito es cada vez más grande y cada día es más fácil entrar y más difícil salir. Estamos a la cabeza de Europa occidental en número de encarcelados en función de nuestra población, y el horizonte de expansión sin límites del sistema penal bajo el signo del populismo, la demagogia y el sensacionalismo más descarnado no augura una mejora a corto plazo, todo lo contrario.

Redacción/Diagonal