Bienvenidos al Ministerio de los imposibles: en Valencia, de la República y con un anarquista al frente

Este miércoles se celebra una conferencia sobre sus 11 meses de existencia en el mismo espacio que acogió uno de los ministerios ‘fuertes’ de la II República 

16/11/2016 – Fuente Valenciaplaza

VALENCIA. A lo largo de esta semana el Cap i Casal celebra las efemérides de un hecho insólito que transformó Valencia durante algunos meses: el establecimiento del Gobierno de la II República en la ciudad. Apenas 80 años antes, la decisión del presidente Francisco Largo Caballero cambió el ritmo de la capital valenciana con la llegada de todas las instituciones, ministerios, organismos generales del gobierno y, por su puesto, el hallazgo de espacios para el «uso con total normalidad» de todas esas dependencias y trabajadores.

Los espacios fueron encontrados y puestos en funcionamiento a través de dos peculiares ‘métodos inmobiliarios’; el primero, la ocupación de palacetes mediante la confiscación o aprovechando la huida de según que familias aristócratas; el segundo, algunas cesiones voluntarias para la causa. Así pues, la actual sede de Les Corts (el Palau de Benicarló) acogió la presidencia del gobierno, mientras que la la presidencia de la República se situó en Capitanía General. Por su parte, el Ministerio de Gobernación se situó en el Palau del Barón de Llaurí, el de Instrucción Pública en actual Nau de la Universitat y el Hotel Palace de la calle de la Paz, el novedoso Ministerio de Sanidad, el primero con una ministra al mando (Federica Montseny) fue a parar al Palau de Berbedel y en la calle Metalurgia, entre otros, se situaron los de Agricultura (Palau de Trenor) y de Justicia (Palau de Malferit).

El museo de soldaditos de plomo que acogió un oxímoron de Estado único en el mundo: un ministro anarquista al frente de Justicia

Foto de 'Mi Revista Barcelona', publicada en 1937 y extraída del fondo de la Biblioteca Nacional

Foto de ‘Mi Revista Barcelona’, publicada en 1937 y extraída del fondo de la Biblioteca Nacional

Esa calle Metalurgia no es otra que la actual Calle Caballeros, aunque por aquel entonces todavía influenciada por albergar el Sindicato del Metal. En su número 26 se encontraba el que hoy es el Museu L’Iber, el museo privado de soldaditos del mundo más grande del mundo (sí, en Valencia). El Palau de Malferit acogió el primer ministerio regido por un anarcosindicalista, el protagonista fundamental de esta historia: Juan García Oliver. Expresidiario, camarero, el primer ministro de la historia de España sin formación académica, su temido carácter fue fundamental para dominar los excesos de matanzas populares en una situación de caos: con los magistrados escondidos por temor a represalias y sin apenas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, todos ellos en el frente combatiendo en la Guerra Civil.

Este miércoles, a las 19:30 horas y en esa que fue la sede del Ministerio de Justicia de la República, se celebra una conferencia del investigador Leonardo Mulinas. Él mismo avanza en Valencia Plaza algunas de las ideas básicas en torno a las que se desarolló el genuino gobierno de García Oliver, uno de los cuatro ministros de la CNT que pasaron a formar parte del Gobierno de Largo Caballero y el único con uno de los llamados «ministerios de peso». Un hombre tan peculiar que «la guardia le daba el alto a la entrada del propio palacio por su forma de vestir, aunque en Valencia fue cambiando su estilo de guerrero a un look que podríamos llamar más ministerial».

El que fuera el despacho de García Oliver, ahora ocupado por vitrinas (Foto: EVA MÁÑEZ)

El que fuera el despacho de García Oliver, ahora ocupado por vitrinas (Foto: EVA MÁÑEZ)

El Ministerio de Justicia estuvo once meses en el Palau de Malferit, con García Oliver entre los días 12 de noviembre de 1936 y hasta el 15 de mayo de 1937 donde sucedería un cambio de cartera que Mulinas describirá más adelante. En aquel momento, los ministerios se dividían en dos áreas de la ciudad: de un lado, los más próximos al Palau de Benicarlo, a las actuales Corts Valencianes; de otro, unos pocos en la zona de la actual calle Pintor Sorolla, con el Palacio de Huarte, por ejemplo, «y dos o tres más que han desaparecido posteriormente». No obstante, de todos ellos, «el de Justicia recibió bombardeos que son descritos por el propio exministro en su libro de memorias El eco de los pasos«.

Normalidad ministerial tras el traslado (o fuga) histórica del Gobierno

«La llegada a Valencia del Gobierno y en especial del Ministerio de Justicia no supone un salto abrupto en el quehacer o en sus funciones», apunta Mulinas. Se trasladan una horquilla de 20 o 25 personas «intrínsecas al funcionamiento y cargo del ministro, desde Barcelona (era catalán) y Madrid». La decisión se toma porque «Largo Caballero reúne a su Gobierno y les convence de que, habida cuenta de que Madrid va a ser tomada de manera inminente, hay que salir zumbando«. Pero como apunta el investigador, «eso genera el rechazo frontal de los ministros anarquistas que no quieren marcharse. Acababan de entrar en el Gobierno y, de alguna manera, entienden que es un paso atrás en la entereza o vigencia de su posición».

La situación de negociación interna del Gobierno es compleja, pero Largo Caballero les convence para que continúen integrados en la alianza. Finalmente, deciden trasladarse a Valencia y lo hacen «en torno a las siete u ocho de la tarde del 6 de noviembre de 1936, sin que la noticia trascienda a la prensa». La caravana es histórica: «no solo se trasladan los ministros, sino sus personas de confianza, subsecretarios, trabajadores y escribientes, papeles y archivos documentales básicos…«. Un traslado que tuvo un punto crítico cuando los sindicalistas les pararon a mitad de camino para darles tres opciones: «o se dan media vuelta y siguen defendiendo Madrid, o les dan un arma y les ponen al frente como uno más o les fusilan».

El salón donde eran recibidas las visitas del Ministerio de Justicia en Valencia (Foto: EVA MÁÑEZ)

El salón donde eran recibidas las visitas del Ministerio de Justicia en Valencia (Foto: EVA MÁÑEZ)

Logran escaparse de aquel asalto pese a que García Oliver, «casualmente, se pierde en el trayecto y no se cruza con este contigente». Él mismo llega a Valencia, regresa casi de inmediato a Madrid y en apenas unas jornadas su equipo ya ha encontrado el Palau de Malferit como sede del Ministerio. Allí se instalan y empiezan a operar «con total normalidad entre los días 12 y 15 de noviembre del 36». Su sustituto Manuel de Irujo, llegaría el 15 de mayo, miembro de un Partido Nacionalista Vasco que se unió a los leales republicanos «a cambio del estatuto propio que se logró durante la guerra».

La justicia revolucionariamente moderna del ministro anarquista

La situación de la Guerra Civil en España, ya trazada por las ideas de la incomparecencia general de jueces y la situación de anarquía en la seguridad de las grandes ciudades, sufrió un choque con la llegada de García Oliver al frente del Ministerio de Justicia. «La justicia la estaba haciendo el pueblo. La gente se tomaba la misma por su mano y empezaron a funcionar, muy al estilo de la Revolución Francesa, los llamados Comités de Salud Pública. Esto es, cuatro señores que se reunían en algún sitio con una bandera anarquista sobre la mesa y decidían quién debía morir y quién no», apunta Mulinas. La situación «es tan caótica en las calles, en la seguridad de la gente corriente, que se legisla con sucesos y con carácter provisional. En aquel momento no se podía comprender que aquellos cambios en materia de justicia acabarían convirtiéndose en permanentes».

Y las decisiones fueron de órdago: «la primera, tras la llegada a Valencia y el establecimiento aquí del Ministerio, es volver a Madrid y quemar todos los antecedentes penales habidos hasta la fecha. Sumado a esto, homologa la ‘salida natural’ de todos los presos de España». Es decir, libertad para todos, después de que el 18 de julio con el alzamiento se abrieran las cárceles. La condonación o indulto general no ayuda a evitar «el enseñoramiento de la calle que tiene el ciudadano. Es la época de los paseos y en Valencia se acumulan los muertos que aparecen en Paterna, en las checas o en cualquier solar. No hay aparato judicial activo y tampoco fuerzas de seguridad».

Para Mulinas, uno de los méritos «esenciales» del exministro «es acabar con ‘los paseos’. Lo apoya la historiografía y últimamente ha sido Paul Preston el que más ha abundado en ello. Hasta que llega García Oliver se producen el 90% de los llamados ‘paseos’. Esto es, entre el 18 de julio y el mes de diciembre. El 10% restante se acumula casi al final de la guerra, como visualiza la novela Soldados de Salamina (Javier Cercas).

Mulinas junto a Noguera en una de las dependencias del edificio dedicadas a despachos administrativos (Foto: EVA MÁÑEZ)

Mulinas junto a Noguera en una de las dependencias del edificio dedicadas a despachos administrativos (Foto: EVA MÁÑEZ)

Estos son solo algunos de los asuntos que junto al responsable del Museu L’Iber y uno de los actuales propietarios del Palau de Malferit, Alejandro Noguera, se repasaran en la conferencia de Mulinas.

El gran salto adelante de la mujer en sus garantías

El ministro anarcosindicalista toma medidas estrella que serán un referente de una España que llegará décadas más tarde: acortamiento de los plazos judiciales, simplificación de la estructura judicial, libertad para que el ciudadano comparezca sin procurador o abogado ante la justicia, anulación de las tasas y cargos y creación de los jurados populares. Hasta la fecha solo operaban algunos en Madrid y Barcelona, con el caso particular del Tribunal de la Sangre en Valencia que «siendo de una significación republicana más bien tibia, se reunían en el actual Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana y decidían quién tenía que morir. García Oliver les planta».

Las medidas, que «ahora pueden parecer sencillas de entender», entonces eran «una revolución». Por ejemplo, García Oliver «homologó los matrimonios que entonces se entendía sucedían de manera informal; es decir, frente a una institución municipal y no eclesiástica». También elimina la dirección general de registro y notariado, «algo que tiene toda la lógica ya que para él y sus compañeros la propiedad privada no tenía significación». Además, facilitó la adopción de niños -esencial en el estadio de guerra- y, sobre todo, «le dio a la mujer una situación que existía pero que legalmente no se había desarrollado». Las mujeres pasaban a tener «una disposición propia de sus bienes privativos, tiene derecho a heredar, a tener una cuenta corriente, a poder realizar contratos con su propia firma sin que esté presente su padre o su marido». En definitiva, «la mujer se equipara al hombre al 100%».

La mujer encuentra así con los anarquistas sus primeros avances legales de equiparación de garantías individuales. Coincide con la llegada a un ministerio de una mujer, la ya citada Montseny, «con la que García Oliver no se llevaba particularmente bien». Ellos dos junto a Juan Peiró y Juan López, valenciano este último, conforman la llegada de un hito en la historia mundial: la presencia de cuatro anarquistas en el mando de un Gobierno, «aunque en realidad no se puede hablar de cuatro ministerios ‘completos’. Son más bien dos y medio, por que Justicia es uno, pero Industria y Comercio es la división de uno solo [el anterior, de Justicia] y Sanidad no existía hasta esa fecha. Antes solo era una dirección general».

Hasta nuestros días, la labor de García Oliver «tiene como principales cotas de avance el acortamiento de los plazos procesales, la simplificación de trámites o, también, la llegada del concepto de parejas de hecho». No obstante, él también es el que idea los «campos de trabajo especiales, donde surgen frases para los apresados del otro bando como ‘odia al delito pero compadece al delincuente’ o la también conocida ‘trabaja y no pierdas la esperanza’. Es también uno de los impulsores de la Cárcel de las Damas de Alaquàs, a la que fueron a parar -en privilegiadas condiciones- algunas de las familiares de los militares alzados.

Valencia era una fiesta

Es cierto, no obstante, «que la relación entre el Gobierno de la II República y el Ayuntamiento de Valencia era muy poca». Y eso que, en aquel momento, el citado Gobierno local era de la CNT. Con todo ello, se generó «cierta distancia entre ambos núcleos de poder». El propio Noguera apunta que «en Valencia se quejaron mucho de que aquel Gobierno central había pasado por la ciudad sin dejar nada. Había cierto resentimiento hacia Madrid, porque la gente en la calle veía coches y, avanzada la guerra, pensaba si esa gasolina no sería más útil en el frente». Como apunta el responsable del Museu L’Iber, «se generó cierta sensación de ‘los señoritos de Madrid'», en una ciudad con un estado de relación con los anarcosindicalistas importante.

«Hay que recordar que aquí ‘bajaba’ la Columna de Hierro y tomaba la ciudad como si nada. Iban a tomar cafés, asaltaban armerías y robaban a los ricos con bastante impunidad. De hecho, se extendía con ellos una especie de terror hasta el ciduadano de a pie», apunta Mulinas. Esto se entremezclaba con un momento de esplendor peculiar, con los ministros soviéticos en el hotel Metropol (calle Xàtiva) «en el que acabó instalándose García Oliver, pese a que aquellos al principio no querían». Pero se puede decir que, para esos «señoritos», Valencia era una fiesta: «había hasta envidia en Madrid, en las instituciones, por venir a trabajar en Valencia. Porque aquí apenas había bombardeos, el tiempo era estupendo, en la Malvarrosa te comías una langosta y una paella, los teatros y variedades funcionaban con normalidad y hasta tenían un café literario, el Ideal Room«.

Más allá del hoy devastado Ideal Room, la ciudad acogió hitos culturales de relevancia internacional. Uno de ellos, tener entre sus vecinos a periodistas y escritores de la talla de John Dos Passos o Ernest Hemingway. Otro, acoger el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Tras su primera edición en París, Valencia atrajo hasta su ciudad en julio de 1937 al encuentro más relevante para la literatura de aquel tiempo en el mundo. Una formación de ideólogos que reunía entonces a apellidos tan ilustres como Barbuse, Rolland, Gide, Mann, Gorki, Forster, Huxley, Shaw o Valle-Inclan, implicados por generar debate en torno a la situación del mundo en que vivían.

Todo aquello sucedió en el contexto de los once meses de existencia de un revolucionario Ministerio de Justicia en Valencia, el mismo que recibió bombardeos y del que apenas han trascendido fotografías: «por aquel entonces, la prensa, que apenas tenía soporte gráfico, acudía más a menudo a acompañar sus portadas con imágenes del frente». En aquel contexto imposible, los ministros anarquistas fueron «esenciales» para desbloquear una situación de ‘caos a las puertas’. En la capital se había hecho popular el lema ¡Viva Madrid libre sin gobierno!, un estadio de descontrol que Largo Caballero supo atajar dando entrada a personas como García Oliver en su equipo. Lo que no muchos podían imaginar entonces era cómo este camarero y expresidiario catalán iba a consumir etapas para la justicia de manera vertiginosa, acelerando los procesos de garantías judiciales para los ciudadanos y especialmente para la mujer.