Apóstoles y asesinos: Vida, fulgor y muerte del Noi del sucre

Apóstoles y asesinos narra la vida del Noi del Sucre y el auge del anarquismo en la Barcelona de las dos primeras décadas del siglo xx. Basada en una rigurosa documentación histórica, la maestría novelística de Antonio Soler consigue revivir la violencia que se adueña de las calles de una Barcelona con grandes desigualdades sociales, que vive la Semana Trágica, la Primera Guerra Mundial y los momentos previos a la dictadura de Primo de Rivera entre las bombas de los anarquistas y las venganzas tanto de las estructuras del Estado y del Ejército como de las organizaciones de empresarios y los partidos conservadores.

Un Lluís Companys joven y soñador y Francesc Layret, su mentor, comparten protagonismo con el Noi del Sucre. Juntos formarán una trinidad trágica y al mismo tiempo luminosa. Por las páginas del libro vemos transitar una serie de personajes -Ángel Pestaña, Indalecio Prieto, Eugeni d’Ors o Largo Caballero- que muy pronto serán claves en la vida española. Es el tiempo en el que la Revolución Rusa parece que transformará el mundo, el tiempo en el que se gesta el nacimiento de Esquerra Republicana y en el que aparecen los antecedentes inmediatos de la Guerra Civil.

El resultado es una obra maestra donde el terror se siembra desde todos los bandos y donde las voces que predican el pacto y la no violencia parecen condenadas al fracaso.

Galaxia Gutenberg, Barcelona 2016
436 págs. Rústica 22×15 cm
ISBN 97888416495825

Antonio Soler recrea la Barcelona de principios del siglo XX en Apóstoles y asesinos (Galaxia Gutenberg), una novela protagonizada por el anarquista Salvador Seguí, el Noi del Sucre. Esta tarde (20:00) la presenta en la librería La República de las Letras.

-¿De dónde procede su interés por este personaje?

-El interés surgió mucho tiempo atrás, cuando con 19 o 20 años leí un libro de Ángel María de Lera, Las últimas banderas, que fue premio Planeta. Meses después, en una librería encontré otro libro suyo y lo compré, Ángel Pestaña. Retrato de un anarquista. No tenía claro quién era este personaje, leí el libro con mucho interés y me interesó su figura, pero sobre todo me interesó mucho la figura del Noi del Sucre, porque me pareció un tipo muy imprevisible, poliédrico, incluso su aspecto físico (porque había fotografías): parecía casi un cantante de tango, un dandi. Alguien que provenía de la clase obrera más humilde y que tenía unas ideas que me parecían muy avanzadas para la época. Ahí quedó la cosa. Y hace cinco años, treinta y pico después de lo que he contado, leyendo una entrevista con Jean Echenoz en la que hablaba de las novelas breves que había hecho sobre personajes históricos, Ravel y Zátopek, me vino la idea de abordar un personaje histórico en una novela muy breve cuyo interés principal no fuera el histórico sino el literario. Y en el mismo momento pensé en el Noi del Sucre, alguien que no era demasiado conocido pero que me parecía un personaje de mucho interés. Esa era la idea original, pero cuando me metí en serio a investigar sobre él y la época descubrí diez o doce personajes que merecían ese tipo de novela, así que el proyecto cambió por completo y me embarqué en un proyecto bastante más ambicioso.

-¿Es la novela que más tiempo ha tardado en escribir?

-Sí, claramente, en tiempo de escritura casi ha doblado a la que hasta ahora me había ocupado más tiempo. También hay una cuestión puramente mecánica: es la que más páginas tiene.

-¿Cómo era la Barcelona que describe en la novela?

-La Barcelona del primer cuarto del siglo XX es una ciudad tremendamente convulsa, casi es un anticipo en algunos términos de lo que va a ocurrir después, el confrontamiento que desemboca en la Guerra Civil. Al ser una ciudad industrial, hay una gran avalancha de obreros que van allí a ganarse la vida, en unas condiciones en muchos casos infrahumanas, siempre abusivas por parte de una patronal que está acostumbrada a sojuzgar a la gente que trabaja para ella. No podemos olvidar que estamos en la época de ebullición de los grandes movimientos obreros, sociales, ideológicos del comunismo, el socialismo y el anarquismo. Todo eso hace de Barcelona una ciudad muy agitada socialmente y en muchos casos muy violenta. El anarquismo es el movimiento que se hace más fuerte. Todo esto se trastorna mucho más con la Primera Guerra Mundial, porque la ciudad se llena de espías, de gente que va huyendo por una razón o por otra, de buscavidas, de gente de muy diverso pelaje, y a la vez la industria se acelera: se vive un gran espejismo y a la vez una gran convulsión.

-¿Queda algo de esa Barcelona en la ciudad actual?

-Socialmente, no, por suerte. Tenemos que pensar que entre 1916 y 1923 hay cientos de muertos. Aunque hay algunos aguafiestas que se empeñan en comparar este momento de crisis con la época de los años 20 o 30, no tienen nada que ver. Sí es cierto que hay algunos problemas que no se resolvieron y que están ahí. La novela está centrada en el Noi del Sucre, pero sus más íntimos amigos y desde luego los más presentes en la novela son Francesc Layret y Lluís Companys; es decir, estamos hablando del nacionalismo, el catalanismo y en muchas ocasiones de reivindicaciones de independencia. Son los padres de Esquerra Republicana. Ahí puede haber ciertas similitudes, y se entiende un poco de dónde vienen estos lodos.

-¿Cómo fue la evolución personal e ideológica de Seguí?

-Seguí tiene un arranque muy prematuro, como se da en tantas ocasiones en la época porque desde niños trabajaban y estaban pegados a los obreros adultos. Un arranque bastante radical; él organiza un pequeño grupo juvenil que se bautiza como Els Fills de Puta, para dejar muy claro que está en contra de todo lo que suponga sistema, estado…, cualquier atisbo de institución. De ahí, con una formación muy autodidacta, siendo al principio un fervoroso entusiasta de Nietzsche, va evolucionando, y lo hace muy rápido, yendo a ateneos obreros, mezclándose con la gente que intelectualmente le podía aportar algo… Rápidamente entiende que la violencia no es la vía de actuación, y lo hace por un doble motivo, el ético y el práctico, ya que tiene muy claro que en el momento en el que los radicales de la CNT toman las pistolas o las bombas para actuar le están dando a la patronal una coartada para represaliarlos y asentarse en una postura de fuerza, es gente que no va a tener problema en reprimirlos. Piensa que la violencia es un bumerán que lanzan y que vuelve con más fuerza hacia ellos.

-¿Cómo resuelve en esta novela la relación entre la realidad histórica y la ficción?

-Ficción, realmente, apenas hay. Me he atenido estrictamente a la información documentada e histórica. Todos los personajes que aparecen con sus nombres son absolutamente reales. Lo que se puede llamar ficción, mínima, está en algunos diálogos en los que yo invento las palabras con las hablan algunos de los personajes, no el contenido de lo que hablan, que se conoce. Incluso he utilizado fragmentos de cosas que ellos dijeron en algún momento para incrustarlos en los diálogos. Por otro lado, la realidad era tan rica que no hacía falta inventarse nada. En un libro de este tipo, que, considero, es un encuentro de varios géneros, inventar, fabular, creo que es una traición al lector, porque le estás ofreciendo como verdadero algo que es falso. Yo soy básicamente un novelista y en una novela naturalmente predomina la ficción, pero estamos en un libro que nace de la realidad, aunque la técnica que he empleado es la del novelista, y por eso creo que se puede considerar una novela: por el tono, el uso de metáforas, el modo en que abordo los personajes, el propio lenguaje… Apóstoles y asesinos es un encuentro de géneros pero básicamente lo definiría como una novela. En la documentación he encontrado muchas veces capítulos que me parecían incluso demasiado novelescos, pero que vienen de la realidad; por ejemplo, cuando el anarquista Joan Rull se vende a la policía y va denunciado dónde ponen bombas sus compañeros, cobrando a tanto la bomba, y viendo que no ganaba suficiente dinero decide, con su madre y su hermano, que no era demasiado inteligente, ponerse a fabricar bombas en la cocina de su casa. Y por las mañanas la señora salía con su cesto de la compra llevando una bomba y colocándola en cualquier sitio. Como el informante era a la vez el activista la policía estaba desquiciada y recurre a Scotland Yard, contratando a un famoso inspector. Las situaciones novelescas estaban en la realidad.

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